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Apuntes para complejizar [aún más] la Sororidad por Diana R. Flores


Diana R. Flores Ramírez del Colectivo Akelarre (Testigo Púrpura)


Hay quienes dicen que el feminismo es una forma de vida, no algo con lo que despiertas un día porque fuiste tocada por el dedo de Dios; o al menos no tan así. Aunque es innegable que también existe lo que se llama cooptación del discurso, que te hace repetir una y otra vez términos que escuchaste en alguna capacitación o conferencia, nociones que no entiendes ni te interesa entender, pero que son políticamente correctos e incrementan el capital humano, permitiendo a cualquier persona pasar como conocedora del tema. Un ejemplo muy claro de esto es el uso del concepto Sororidad.

Se ha entendido como un pacto entre mujeres, entre hermanas, legado de la antropóloga feminista Marcela Lagarde, y que, según su misma definición, nos posibilitaría caminar juntas en la búsqueda del cumplimiento de un objetivo en común. Sin embargo, desde mi punto de vista, además de algunas reflexiones colectivas que resultan de los diversos círculos Akelarre, ser feminista implica un hacer feminista, es decir, transformar el espacio desde el cual incides en una dinámica feminista, ya sea con los contenidos compartidos, con la forma en que te diriges y reconoces la existencia de las personas, el ambiente que procuras generar con tu presencia, la mirada desde la cual realizas tus funciones… como es el caso de los centros laborales.

Parte del proceso de aprendizaje es cometer errores, como el mío por ejemplo, al romantizar al feminismo, y en este mismo sentido a la Sororidad; explico: cuando descubrí esta forma de existencia, creí que todas las mujeres a las que conocía, con las que trabajaba o compartía, podíamos ser amigas, sólo por el hecho de ser mujeres, por vivir las mismas o muy parecidas situaciones de opresión, y que todas procurábamos trabajar no sólo con miras a la igualdad, sino por garantizar una vida libre de violencia para todas en todos los espacios. Es triste reconocerlo, pero la realidad me ha golpeado en la nariz en más de una ocasión haciéndome notar la ingenuidad de mis planteamientos.

Decirlo me entristece, pues es muy claro que el patriarcado es el que triunfa al hacerme dudar del pacto que entre mujeres podríamos llegarse a concretar. Sin embargo, me queda claro que para que la sororidad exista debe ser mutua, pues como bien diría una queridísima maestra: “una cosa es ser sorora y otra es ser pendeja”. La primera vez que escuché esta afirmación me pareció fuerte, es más hasta contradictoria con las causas que el feminismo promulga; sin embargo, es hasta ahora que lo entiendo.

Es así que se alega falta de sororidad porque no pones la otra mejilla después de un primer golpe, o por no ceder ante simulaciones. En fin ejemplos hay muchos, sin embargo, hoy en día ya no ando por la vida pensando que todas son buenas y con buenas intenciones, me queda claro que la lucha contra el patriarcado capitalista sigue más vigente que nunca, y que, para luchar contra él, es necesario empezar por la propia deconstrucción. Que la voluntad es necesaria para dejar de sembrar envidia, cizaña, competencia; trabajar por el bienestar de la colectividad aún encima de tus propios privilegios.

Aún así me niego a dejar de lado la posibilidad de construir pactos, pero conscientes, recíprocos y desde el autocuidado, ya no con los ojos cerrados como muchas veces llegué a hacerlo por hermandad con las mujeres.

 

Ilustración: Jhon Yalanda.

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