Home > Salud > El derecho a parir sin violencia

El derecho a parir sin violencia

La violencia obstétrica es cada vez más visible. La ONU reprobó públicamente al Estado español tras la denuncia de una mujer que acudió a un hospital público de Lugo en búsqueda de orientación y acabó siendo víctima de maltrato institucional

El derecho a parir sin violencia

Madrid / Andrea Canales Cuesta (AmecoPress).– La violencia obstétrica es cada vez más visible. La ONU reprobó públicamente al Estado español tras la denuncia de una mujer que acudió a un hospital público de Lugo en búsqueda de orientación y acabó siendo víctima de maltrato institucional

Durante los últimos años se ha comenzado a dar una mayor visibilidad y difusión a la salud mental perinatal y a la violencia obstétrica, dos conceptos generalmente desconocidos que forman parte del día a día de las mujeres embarazadas, tanto en el proceso de gestación, como durante los primeros meses de vida del recién nacido.

La violencia obstétrica hace referencia al conjunto de conductas que, realizadas por parte del personal sanitario, afectan de manera directa al cuerpo y a los derechos reproductivos de las mujeres embarazadas, tales como el trato deshumanizado, las faltas de respeto, la medicalización injustificada o la patologización de procesos que son lógicos y naturales.

Dubravka Šimonović, jurista especialista en políticas de igualdad y derechos humanos, asegura en uno de los últimos informes de la Organización de Naciones Unidas (ONU) acerca de la atención al parto y la violencia obstétrica que “en los últimos años, el maltrato y la violencia contra la mujer experimentados durante el proceso de dar a luz en centros de salud han generado gran interés a nivel mundial debido, entre otras cosas, a los numerosos testimonios publicados por mujeres y organizaciones feministas en los medios sociales, demostrando que esta forma de violencia es un fenómeno generalizado y sistemático”.

“Este tipo de violencia atenta directamente contra las mujeres y pone en peligro su derecho a la vida, a la salud, a su integridad física, a su intimidad, a su autonomía y a no sufrir ningún tipo de discriminación. (…) Estas actitudes forman parte de un contexto más amplio de desigualdad estructural y patriarcado y son consecuencia de una falta de educación y formación y de la falta de respeto a la igual condición de la mujer y a sus derechos humanos”, afirma Šimonović en el informe, que fue publicado en 2019.

Marta de la Plaza, matrona en el centro Unidad de la Mujer Recoletas, considera que “las mujeres que viven como un fracaso no tener un parto natural y acabar en una cesárea lo viven de forma diferente si las has hecho partícipes en todo momento de su proceso. No es lo mismo entrar, actuar y no hablar, que empatizar con la paciente y que vaya entendiendo lo que ocurre.” Tras preguntarle acerca del papel de las matronas en estos casos, Marta asegura que “cuando somos protagonistas de violencia obstétrica por una mala praxis, ante todo evitamos ponernos nerviosas y procuramos generar un ambiente lo más empático posible para que la mujer se sienta arropada en todo momento; si, por ejemplo, se decide realizar una Episiotomía y nosotras lo vemos precipitado, sugerimos suavemente que podríamos hacer un par de pujos más y animamos a la mujer a que lo intente con todas sus fuerzas.”

La falta de consentimiento por parte de las pacientes para ser sometidas a determinadas intervenciones, los juicios de valor del personal sanitario contra las decisiones de las mismas a la hora de desarrollar el parto, los comentarios despectivos, un trato infantil y/o la falta de tacto al comunicarse con la paciente son algunas de las manifestaciones más frecuentes de la violencia reproductiva, las cuales determinan de forma decisiva la experiencia del embarazo y pueden llegar a dejar secuelas en las mujeres incluso a largo plazo.

Así lo corrobora la última Guía sobre Parto de la Organización Mundial de la Salud (OMS), presentada hace dos años, en la que se afirma que “hoy en día, existen grandes diferencias en la asistencia que se brinda a las mujeres cuando dan a luz. En un extremo del espectro, se les realizan demasiadas intervenciones médicas de forma muy temprana. En el otro, reciben muy poco apoyo, demasiado tarde, o nunca. En ninguno de los dos extremos las mujeres tienen la experiencia positiva del parto que desean y merecen”.

“En mi primer embarazo entré al hospital con 28 semanas de gestación muriéndome, literalmente, con un Síndrome de Hellp y cuando me vinieron a comunicar la gravedad del asunto echaron a mi acompañante diciéndome textualmente que, si era mayorcita para ser madre, también lo era para afrontar lo que me iban a decir”, afirma Ana Ballesteros, madre de tres hijos, que sufrió violencia obstétrica durante sus dos partos, siendo el segundo de ellos, si cabe, aún más revelador: “En la primera consulta del segundo embarazo la doctora me habló fatal, una de sus frases más hirientes fue `no te mando analítica del primer trimestre porque seguro que abortas´. Además, pregunté si tendría uno o dos bebés y en su poco interés me dijo que tenía una sola bolsa; me cambié de médico y a las dos semanas me dijeron no sólo que venían dos bebés, sino que no eran gemelos porque había dos bolsas.”

Aroa González Álvarez, víctima también de violencia reproductiva y fundadora de la iniciativa ‘Dale voz a tu embarazo’, fue atendida en un centro de salud copago de Lisboa, en el que, por desgracia, dio a luz a su hija fallecida debido a una tetralogía de Fallot diagnosticada en el quinto mes de gestación. “Durante el embarazo los médicos nos trataron fatal. Marta venía con un problema grave; nos informaron tarde, nos informaron mal y susurraban entre ellos en vez de contarnos qué ocurría”, asegura Aroa, quien, además del trato deshumanizado recibido durante la gestación, tuvo que hacer frente a otras manifestaciones de maltrato sanitario mientras dio a luz: “Me trataron de una forma muy infantil, como si mi dolor no importase; (…) no me dieron epidural, a pesar de haberla pedido para no pasar por el dolor del parto de mi hija sin vida, me dejaron completamente sola, aterrada por no saber si debía empujar o no y odiando ese momento que tan bonito me había imaginado. En mi caso sabía que no sería así, pero podrían haberlo hecho más ameno, tranquilo y cuidadoso.”

Dar a luz constituye una experiencia transformadora que, no obstante, suele situar a la madre en riesgo de sufrir una mayor vulnerabilidad emocional y psicológica. Es por ello que durante los últimos años se ha destacado la importancia de los aspectos obstétricos y relacionados con la salud reproductiva en el bienestar materno, debido a que la manera en la que se desarrolla el parto determina, positiva o negativamente, la vivencia del embarazo de cada mujer. Un estudio realizado durante el último número de la revista médica ‘Archives of Women’s Health’, revela que las mujeres que se han sometido a una cesárea u otra variación del parto instrumental puntúan más alto en síntomas somáticos, obsesivo-compulsivos, depresivos y ansiosos que aquellas que dan a luz de manera vaginal.

Sharon Dekel y Roger K. Pitman, entre otras personas participantes en el análisis, consideran que “es necesario aumentar la conciencia en la atención de rutina de las implicaciones del parto operatorio y las intervenciones obstétricas sobre la salud mental de la mujer” y afirman que “la detección de mujeres en riesgo podría mejorar la calidad de los servicios y prevenir síntomas duraderos”.

La depresión post-parto, la ansiedad o el estrés post-traumático son algunas de las consecuencias más comunes a las que se enfrentan las mujeres que han sido sometidas a cualquier manifestación de violencia durante el embarazo y/o el parto. Algunas de ellas consiguen desprenderse de estos síntomas pasado un tiempo, pero la mayoría convive con las secuelas de forma permanente.

“No tomé medidas porque mi cabeza en ese momento no me permitía meterme en temas legales y papeleo contra el Estado, pero me hubiera gustado. Yo sufro consecuencias a largo plazo, psicológicamente hablando; estoy pasando por una depresión, yendo a un psicólogo y superando no solo el duelo de mi hija, sino el de un parto con una atención horrible”, sentencia Aroa González, antes mencionada.

Iliana París, psicóloga perinatal, especializada en maternidad, paternidad y crianza, afirma que “esta violencia institucional reproducida muchas veces de manera automatizada e inconsciente (…) genera consecuencias psicológicas a corto, mediano y largo plazo tanto en las mujeres, como en sus bebés y parejas, secuelas que en muchos casos acaban siendo tan devastadoras como no reconocidas”.

Respecto a la legislación, Venezuela, Argentina y México fueron algunos de los países pioneros en considerar la violencia obstétrica como un delito. Actualmente, en España no existe un reconocimiento legal determinado acerca de este concepto, pero la denuncia del mismo se encuentra amparada en el Artículo 43 de la Constitución Española, así como la Ley de Autonomía del Paciente, la Ley General de Sanidad y la Ley de Ordenación de las Profesionales Sanitarias.

A principios de año, la ONU reprobó públicamente a España por violencia obstétrica tras la denuncia de una mujer que acudió a un hospital público de Lugo en búsqueda de orientación y acabó siendo víctima de maltrato institucional

Este caso constituye la primera vez que un tribunal internacional condenaba los malos tratos sanitarios hacia una mujer embarazada y catalogaba los hechos como violencia de género. Así, el Comité de Naciones Unidas para la eliminación de la Discriminación contra la Mujer hacía pública su denuncia, mediante la que consideraba que “S.M.F (siglas de la víctima) fue sometida a intervenciones médicas durante el parto de su hija, incluida la inducción al parto, sin aparente justificación”.

Gladys Acosta Vargas, vicepresidenta del Comité, afirmaba que “esta mujer tuvo un embarazo normal, pero fue sometida sin su consentimiento a intervenciones que afectaron profundamente su salud física y mental y la salud de su bebé” y concluía que “es hora de poner fin a la violencia obstétrica. Las mujeres no deberían experimentar un trato abusivo y discriminatorio cuando dan a luz”.

COVID-19: una herramienta de camuflaje

Si ya de por sí este tipo de agresiones sanitarias están generalmente invisibilizadas, la pandemia actual de la que derivan como consecuencia recortes en personal, peores condiciones de atención, falta de medios y un ambiente hostil, agravan aquellos casos en los que mujeres embarazadas sufren alguna (o varias) de las manifestaciones de la denominada violencia obstétrica. A pesar de que en 2018 la OMS recomendaba “destacar el concepto de experiencia de la atención como un aspecto fundamental para garantizar un parto de calidad y mejores resultados centrados en la mujer, y no solo como un complemento de la prestación de servicios y prácticas clínicas rutinarias”, no siempre se cumplen estas directrices, más aún cunado quedan posicionadas en segundo plano siendo eclipsadas por nuevas medidas de seguridad, consejos médicos sobre higiene y otras informaciones vinculadas directamente con la crisis sanitaria actual.

Ibone Olza, médica psiquiatra y directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal y Gonzalo Leiva, jefe del Programa Salas de Atención Integral del Parto y director del Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile, han hecho público un estudio sobre el entorpecimiento de los partos respetados durante los meses de pandemia. En el informe, argumentan que “algunas de las restricciones e intervenciones que se están implementando en el parto por el brote de COVID-19 tales como la prohibición del acompañamiento durante el proceso o el total aislamiento del recién nacido, no solo no son necesarias, sino que no están basadas en evidencias científicas, son una falta de respeto a la dignidad humana y no son proporcionadas para lograr el objetivo de limitar la propagación del virus.”

“El escenario COVID-19 nos recuerda la fragilidad de los avances en derechos de este ámbito. En lugar de ser una respuesta efectiva al virus, estas prácticas nocivas son una violación de los derechos humanos de las mujeres y una manifestación encubierta de discriminación estructural de género”, afirman Olza y Leiva y concluyen el análisis, publicado en la revista ‘Sexual and Reproductive Health Matters’, considerando que “la violencia obstétrica llevada a cabo durante la pandemia es un ejemplo perfecto de lo poco que se necesita para que los sistemas de salud infrinjan los derechos de las madres y sus bebés.”

Las intervenciones médicas innecesarias, la medicación sin consentimiento y las faltas de atención y respeto a las pacientes sumado a las complicaciones impuestas por la crisis sanitaria del momento, constituyen el ejercicio de la violencia obstétrica, un tipo de maltrato institucional que afecta a un elevado porcentaje de mujeres embarazadas y que limita su autonomía y su derecho a desarrollar libremente su gestación y su parto.

Print Friendly, PDF & Email