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La resistencia histórica y popular de las mujeres en México por Tatiana Jímenez

Tatiana Jímenez Domínguez , es historiadora feminista, divulgadora de la Historia de las Mujeres en Chiapas, estudió en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, unidad académica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas; ha trabajado como investigadora y diseñadora de Programas Educativos con Perspectiva de género en diversas Instituciones públicas y es Cofundadora del Observatorio Feminista contra la Violencia a las Mujeres de Chiapas.

Tatiana Jímenez | @jidomi1

La resistencia histórica y popular de las mujeres en México: Diversas formas de resistir al patriarcado.

¿Para qué sirve la historia?  Esa es la pregunta con la que comenzaba mi clase al inicio de cada ciclo escolar. Con esta reflexión recibía a mis alumnas y alumnos de primero de preparatoria, con la intención de discutir juntos sobre la “utilidad” de la historia en el desarrollo de la humanidad. Esta discusión que ha florecido ampliamente en el mundo académico y cultural, diverge entre dos esferas especulativas: aquella que considera que el conocimiento histórico es valioso como cultura general, porque que denota erudición y refinamiento; y aquella que sitúa a la historia como herramienta de comprensión del pasado, a fin de no repetir las acciones que devengan en las mismas consecuencias o errores de periodos históricos anteriores. De esta idea se desprende la frase: “El que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Sin embargo, esta concepción se conforma con narrar los hechos históricos como una serie de anécdotas, más cercanas al discurso literario que al análisis de la realidad social.

Como docente puedo asegurar que la historia despierta conciencias porque permite entablar un diálogo con el presente. Con mis alumnos y alumnas comparto y analizo momentos de la historia para construir en conjunto nuestras reflexiones. Además, como docente feminista, he descubierto que la enseñanza de esta ciencia visibiliza la agencia de grupos sociales marginados por la raza, la clase o el género, enfatizando la participación de las mujeres en el devenir histórico.

Y es que la enseñanza de la historia es una actividad profundamente política, tal como lo señalaba Paulo Freire, al decir que “la educación es siempre un quehacer político”. Esta preocupación ha estado presente durante toda mi práctica docente, debido a mi simpatía ideológica con el marxismo, y mi filiación feminista. De ahí que procure siempre exponer la presencia significativa en la historia de los sujetos y sujetas políticamente oprimidos, los subalternos.

Desde mi perspectiva como feminista, historiadora y docente, pretendo analizar las descalificaciones y ofensas a mis compañeras de los colectivos feministas, producto de los eventos ocurridos durante la marcha denominada “La brillantada” o “La marcha del glitter” del 16 de agosto pasado, en la que cientos mujeres pertenecientes a diversos colectivos, salieron a las calles a gritar y a externar la digna rabia por el incremento y la impunidad de los feminicidios, secuestros y el constante acoso sexual que vivimos las mujeres diariamente en México, evidenciando con este acto la ineficiencia del Estado Mexicano para disminuir- mucho menos erradicar- la violencia contra las mujeres.

La violación de una menor de edad, a manos de cuatro integrantes de la policía de La Ciudad de México (CDMX), es el antecedente inmediato de la marcha. El contexto del abuso ejecutado por la policía, como sistema de salvaguardo y seguridad, la cual lejos de garantizar la integridad de las mujeres, resulta en este caso, ser la fuente principal de la violencia vivida por esta joven, ocasionó como respuesta que el lunes pasado, un grupo de mujeres feministas, realizaran manifestaciones afuera del edificio de la Secretaría de Seguridad Pública de La Ciudad de México, donde lanzaron brillantina al titular de esta dependencia. Como respuesta a este hecho el gobierno de la CDMX, encabezado por Claudia Sheinbaum, abrió carpetas de investigación a las compañeras que protestaron de manera legítima por las omisiones y abusos de los cuerpos policiacos de la ciudad.

Sin embargo, este caso es sólo una muestra del hartazgo que vivimos las mujeres a consecuencia de la violencia sistemática que nos agrede. La Organización de Naciones Unidas en México dicta que ocurren 9 feminicidios diarios, además de cometerse una serie de violaciones a los derechos humanos de las mujeres, como parte de la violencia estructural que se manifiesta en una sociedad androcéntrica y patriarcal fuertemente arraigada como la de nuestro país.

Partiendo de este panorama de violencia que vivimos las mujeres en carne propia y a la nula respuesta de las autoridades, los colectivos feministas se organizaron nuevamente para marchar como tantas veces, pero ahora con la digna rabia por delante. El coraje de nuestras ancestras feministas que lucharon por nuestros derechos durante el siglo XIX y XX, arrebatando lo que por derecho les correspondía, se convirtió en el estandarte simbólico de las compañeras que grafitearon durante “La Brillantada”, monumentos como El Ángel de la Independencia, e incendiaron estaciones del metrobús, como expresión de frustración y rabia frente a la impunidad del Estado, que no ha garantizado la justicia correspondiente a todas las mujeres víctimas de violación o feminicidios. Las expresiones de rabia fueron por las que ya no están, por las que no pudieron regresar, pero también por las que vienen, para que algún día puedan ejercer su derecho a vivir libres de violencia.

Como consecuencia las feministas organizadas que participaron en las protestas, recibieron a través de redes sociales, y también de manera directa, toda clase de insultos, descalificaciones e incluso amenazas por parte de quienes desconocen la historia de los movimientos sociales y la historia de los feminismos. Desde la torpeza, estas personas opinaron que “las feministas de antes” eran las verdaderas representantes de las mujeres, demostrando con ello una ignorancia supina acerca de los procesos históricos, incluidos los de México. A través de figuras como la de Sor Juana Inés de la Cruz, Leona Vicario o Josefa Ortiz de Domínguez, descalificaron a las compañeras, al ponerlas de ejemplo de buenos modales y corrección política.

Los y las defensoras de paredes y de monumentos, ignoran que estas mujeres desafiaron los mandatos de género de su época, que no se doblegaron al “deber ser femenino” establecido para ellas. Estas mujeres fueron tachadas de rebeldes, de insumisas, pagando incluso con su aislamiento de la sociedad, ya fuera a través de la reclusión en un convento como fue el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, o de Leona Vicario; o bien, en la cárcel como Josefa Ortiz, quien incluso en prisión continuó con sus actividades subversivas.

Si bien estas mujeres nunca se nombraron feministas, sí lucharon por sus ideales. Sor Juana siempre desafió al patriarcado cuestionando los estereotipos y prejuicios de género, a través de las letras. En el caso de Leona Vicario y Josefa Ortiz de Domínguez, las causas que defendían no se identifican con los ideales de los feminismos, pero es necesario resaltar que lucharon por la libertad del pueblo mexicano. También es necesario reivindicar las maneras poco ortodoxas que utilizaron para organizarse y alcanzar sus derechos al participar como espías, actuando al margen de la legalidad. Hoy estas tres figuras que se consideran heroínas de la patria, en el pasado fueron tildadas de agitadoras y provocadoras.

La resistencia popular de las mujeres en México no es un fenómeno actual, en cada momento histórico una comunidad de mujeres se organizó y protestó de diversas formas. En el siglo XIX fue a través de la pluma, demandando su derecho a la educación a través de la palabra escrita. La respuesta a esta acción fue el repudio de los hombres contemporáneos. Durante el Siglo XX, se organizaron en congresos, plantones y marchas para demandar sus derechos políticos, la respuesta fue nuevamente la descalificación y la ridiculización.

Las feministas mexicanas llevan un siglo organizándose y resistiendo al poder patriarcal, llevan un siglo tolerando el repudio de quienes tienen el control, de quienes pretenden ejercer la dominación de las mujeres. Las formas de resistir cambian, se agudizan como consecuencia de las violencias que vivimos día con día. También se acrecientan las amenazas y el descredito de la misoginia contra la lucha feminista, nosotras somos conscientes, conocemos el camino que recorrieron nuestras antecesoras, no nos asustamos.

De ahí que las buenas conciencias hablen en nombre de la historia, pero ¿qué historia? La de bronce, la que se caracteriza por construir un discurso en el que predomina la acumulación de fechas y anécdotas sin sentido y sin análisis de los procesos sociales. Por ello, las buenas conciencias pretenden que la voz y los gritos de nuestras ancestras no retumben en nuestras entrañas; pero nosotras sabemos que ellas también sintieron la digna rabia, que ellas también estuvieron enojadas y que ellas también expusieron su integridad por el pueblo.

Entonces, ¿qué sentido tiene estudiar la historia? El conocimiento histórico permite desarrollar habilidades para fortalecer el pensamiento crítico, pues la historia como disciplina puede darnos las herramientas para interpelar a las juventudes y para despertar una conciencia colectiva. Las feministas lo sabemos por que no desconocemos nuestra historia, sabemos que antes de nosotras nos precedieron otras mujeres que “provocaron”, que trabajaron, que se organizaron y exigieron sus derechos de muchas formas, para garantizar que las nuevas generaciones de mujeres pudieran estudiar, trabajar, votar y vivir en libertad. Por lo tanto, nos corresponde a las feministas contemporáneas hacer lo mismo para las demás, por las niñas, por las jóvenes y por las que aún no nacen.

En México el panorama de violencia contra las mujeres es desolador, pero no nos vamos a callar para garantizar justicia, porque somos malas y podemos ser peores.

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