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Lillian Hellman, “una mujer inacabada” que defendió su independencia por encima de todo

Lillian Hellman, autora teatral, guionista cinematográfica y memorialista norteamericana Lillian Hellman. Lillian Hellman nació el veinte de junio de 1905, en la ciudad de Nueva Orleans, en el estado sureño de Louisiana. En 1934 irrumpió en la escena norteamericana con “The Children’s hour”, y más tarde vendrían “La loba” (Little Foxes), “Otra parte del bosque”, “La estrella del norte” y sus escritos autobiográficos recogidos en “Pentimento” o “La mujer inacabada”. Las escasas reediciones de sus trabajos en nuestro país demuestran que su obra ha quedado eclipsada por su itinerario como la activista política que plantó cara al comité McCarthy y sostuvo una tormentosa relación de más de treinta años con Dashiel Hammett.

Lo cierto es que Lillian Hellman se pronunció infatigablemente en contra de la hipocresía social de las clases altas norteamericanas. Lo que ya desde su infancia en Nueva Orleans, en una familia venida a menos, comenzó siendo un acto de desagravio al padre zapatero de origen judío-alemán, menospreciado por la rama materna y sus delirios de grandeza, se tornó con el tiempo en planteamientos cada vez más políticos que abarcaban las causas progresistas en muchos otros países. “Me rebelé contra la familia de mi madre y, en consecuencia, contra toda la gente rica, aunque me asustaba y me impresionaba”, escribe en “Pentimento”.

En adelante, su empresa como dramaturga consistirá en poner ante los ojos del espectador la degradación moral de ciertas clases sociales envenenadas por la ambición y la envidia. Dos ejemplos: la implacable Regina Hubbard de “La Loba” (recuérdese a Bette Davis en la versión cinematográfica que William Wyler hizo de “Little Foxes”) o la cruel niña de un internado de Massachussets, capaz de devastar la vida de dos entregadas profesoras, acusándolas de lesbianismo, en “The children’s hour” (traducida en la excelente versión teatral de Fernando Méndez-Leite como “La calumnia”). Esta novela tuvo dos versiones cinematográficas, ambas dirigidas por William Wyler. La primera es de 1936, interpretada por Miriam Hopkins y Merle Oberon, y la segunda de 1962, con Audrey Hepburn y Shirley McLaine de protagonistas.

Tal como nos cuenta en sus textos autobiográficos, comprendió pronto que los silencios elegantes de ciertas damas eran más estúpidos o crueles que misteriosos, y que aquella estilizada atrofia de emociones propia de la “gente bien” era lo más parecido a un estado de coma.

Desde entonces ella no dejó de protestar, de alinearse con los criados negros y con los miembros de la rama judía de la familia, no cesó de escribir obras críticas, prohibidas en varios estados, de colaborar económicamente, primero con la Liga Anti-Nazi, y más tarde con la causa de los republicanos españoles (vendría a la guerra española como corresponsal y documentalista), no temió ser compañera de viaje de muchos intelectuales comunistas norteamericanos, y soportó con dignidad el varapalo económico y el ostracismo sufrido por aquellos que figuraban en las listas negras de McCarthy.

De todos los escritores norteamericanos de entreguerras, Lillian Hellman se fue a enamorar del más alcohólico y pendenciero, un ex detective tuberculoso y mujeriego, que había dejado olvidadas en algún lugar a una esposa y dos hijas, colaborador de la colección de novelas policíacas “Black Mask”, un individuo autodestructivo a quien, al final de su vida, “solamente el hecho de tomar aire le ocupaba todos los días y las noches”, un sujeto al que una actriz de segunda fila denunció por acoso y que escribía a Hellman : “Te he sido más o menos fiel”, y también: “Éste es el séptimo día que no bebo. ¿Cuándo vuelves a casa?” El escritor se llamaba Dashiell Hammett, autor de la novela negra más genial de todos los tiempos.

El 25 de noviembre de 1930 les presentaron en un restaurante de Hollywood. Ella era una guionista de talento contratada por el señor Goldwyn y a punto de separarse de su marido, un agente teatral llamado Kober; él arrastraba una borrachera de cinco días y acababa de tener un éxito fulminante con “El Halcón Maltés” y su detective Sam Spade. Siguieron bebiendo salvajemente y sólo recordaban haberse encontrado horas más tarde hablando de T. S. Eliot en el coche de Hammett. Así describe Lillian Hellman la primera impresión causada por el ex sabueso de la Agencia Pinkerton: “Tenía feas cicatrices en las piernas, y una hendidura en la cabeza, era un hombre de suaves modales, educado, de aspecto elegante, excéntrico e ingenioso que derrochaba su dinero con las mujeres”.

Pero lo que impresionó a Hellman es que Hammett era de la pasta de los que se hacen a sí mismos, no pertenecía a la generación anterior de escritores díscolos y elegantes de las clases acomodadas : “Los rebeldes de los años 20, rebeldes sólo en el sentido de Scott Fitzzgerald, habían malgastado su sangre, ciegos al futuro que podían haber olfateado si el olor del alcohol no hubiera sido tan fuerte”, escribiría Hellman. Cierto que el olor del alcohol impregnaba la existencia de Hammett, pero el compromiso político del escritor, más fuerte con el paso de los años, su afiliación al Partido Comunista (fue encarcelado por desacato por el comité McCarthy en 1951), su coraje como Presidente de la Liga de Escritores Americanos en los duros tiempos de la “caza de brujas”, representaron para Hellman, en su tumultuosa convivencia intermitente, la conciencia política total que ella siempre había buscado.

Si Hellman alcanzó respeto como dramaturga al quitar las máscaras de la agónica alta sociedad sureña, sus libros autobiográficos, “Pentimento”, “Una mujer inacabada” y “Tiempo de canallas”, son la microhistoria de una autora que evoca las experiencias de una vida dedicada tanto a la escritura como a la acción política. Algunos de sus biógrafos creen que ficcionaliza gran parte de la peripecia relatada en “Julia”, uno de los capítulos de “Pentimento” (“Julia” fue llevada al cine por Fred Zinneman en 1977 con Jane Fonda de protagonista), según la cual Hellman habría pasado en 1937 una gran cantidad de dinero a Alemania, de camino a Moscú (viaje que sí existió) a instancias de su amiga Julia, para salvar a “judíos, socialistas, comunistas y católicos disidentes” de la amenaza nazi. Lo que sí es probado es que apoyó a los republicanos españoles, viajó a España en plena guerra civil y realizó en 1937 el documental “The spanish earth”, en el que también participaron John Dos Passos, Archibald MacLeish, Orson Welles y Ernest Hemingway.

Tuvo la lucidez de separarse en muchas ocasiones del “escritora maldita” para proseguir su obra. Al teléfono Hellman preguntaba: “¿Hay alguna dama en tu dormitorio?” Y Hammett contestaba. “No lo creo, pero entran y salen. Tú sólo sales”. A partir de cierto momento ella supo que él elegía un suicidio lento con cientos de botellas de Johnny Walker etiqueta roja, y sólo volvió a su lado cuando hubo que cuidarle en la etapa final.

Lillian Hellman junto a Elizabeth Taylor y el resto del reparto de la obra The Little
Foxes, representada en el Teatro Martin Beck de Nueva York (1981)

Hellman fue miembro de la Academia Americana de Artes y Letras, y no dejó de escribir hasta su muerte en 1984. Había nacido el 20 de junio de 1905, según numerosas fuentes, confirmadas por la estudiosa M. Riordan, pero dicha fecha fue modificada por ella misma en los últimos tiempos y en algunos registros aparece ahora 1906 como año de nacimiento. Un detalle irrelevante en la vida de la mujer que llamada a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas, con la exigencia de que denunciase a amigos vinculados al Partido Comunista, fue capaz de decir en voz alta y clara:

“Herir a personas inocentes a las que conozco y quiero desde hace años para salvar mi vida, me parece inhumano, indecente y deshonroso”.

Lillian Hellman mantuvo su entereza y dignidad en la larga noche de terror en la que los canallas mandaban en Estados Unidos, lo mismo que sucede hoy en día. Por eso es tan importante el ejemplo de Lillian Hellman, porque es hoy tan válido como lo fue en su día.

 

Fuente: Mujeres Riot

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