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Más allá de las Adelitas: Las mujeres en la Revolución Mexicana


Tatiana Jímenez Domínguez , es historiadora feminista, divulgadora de la Historia de las Mujeres en Chiapas, estudió en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, unidad académica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas; ha trabajado como investigadora y diseñadora de Programas Educativos con Perspectiva de género en diversas Instituciones públicas y es Cofundadora del Observatorio Feminista contra la Violencia a las Mujeres de Chiapas


Tatiana Jímenez | @jidomi1

En conmemoración del 109 Aniversario de la Revolución Mexicana, es prudente recordar el preponderante papel de las mujeres mexicanas que participaron en uno de los periodos históricos que configuraron la identidad de nuestra nación. La contribución de las mujeres no se limitó al de combatientes armadas o al trabajo de cuidados de la tropa, muchas de ellas aportaron ideas, trabajo intelectual y de organización política en las distintas facciones de los grupos revolucionarios.

La agudización de las desigualdades sociales propiciada por el régimen porfirista condujo a una rebelión que intentaba reivindicar las causas populares. Fueron las clases privilegiadas y la clase media la orquestadora del movimiento en contra de Díaz, resultaba evidente que a pesar de la prosperidad del país la riqueza y las oportunidades se concentraban sólo en manos de la élite. Daniel Cosío Villegas, en su Historia mínima de México, señala que a pesar de la prosperidad del periodo porfirista, no existían opciones para la gente de clase media .Muchos jóvenes estudiaron y se graduaron de las incipientes universidades, pero sin oportunidades de colocarse en las capas burocráticas del gobierno, este sector consideraba que no existía la posibilidad de lograr una movilidad social.[1]

Julia Tuñón sugiere algo similar: “La revolución fue un movimiento campesino, pero dirigido por un sector de clase media ambicioso y descontento ante las escasas posibilidades de desarrollo”.[2]

Durante este periodo, se organizaron diversos comités y grupos antireleccionistas en gran parte del país, dentro estas asociaciones una figura femenina destaca por su actividad política en contra del Porfiriato: Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, quien publicó durante quince años el semanario Vésper, donde vertía sus ideas libertarias, además de organizar grupos feministas. Sus acciones contestarias ante el régimen la llevarían a la cárcel en 1904.

Juana Belen

Destaca la agudeza intelectual de otra mujer: Dolores Jiménez y Muro, ideóloga de la revolución, la profesora Jiménez y Muro creía en la justicia social compartió militancia con Ricardo Flores Magón. Durante el periodo armado de la Revolución, Emiliano Zapata la invitó a unirse a las filas de su ejército, donde se desempeñó como maestra y como intelectual, redactó el prólogo del Plan de Ayala, fundó diversos periódicos y revistas que le permitieron expresar sus ideas acerca de la política, la desigualdad y los derechos de las mujeres.

Imagen: Voces Feministas

 

Carmen Serdan es uno de las mujeres más reconocidas por su participación en la Revolución Méxicana, ella junto a sus tres hermanos, colaboraron activamente en labores de propaganda antirreleccionista, en apoyo de don Francisco I. Madero. Posteriormente al fraude electoral de 1910, se adhieren al Plan de San Luis, convocando a la Revolución. Carmen es conocida como una de las primeras mujeres en empuñar las armas  junto a su hermana Natalia, se ha convertido en emblema de la participación femenina en el periodo armado de la Revolución Mexicana.

Carmen Serdan | Imagen de Internet

Muchos pensadores liberales acogieron la causa de las mujeres y las invitaron a participar en sus organizaciones. Un ejemplo fue el Partido Liberal Mexicano, de corte anarquista, dirigido por los hermanos Flores Magón. Este partido contaba entre sus filas con varias mujeres mexicanas, que preocupadas por la situación política abogaban por derrocar el régimen de Díaz.

La Revolución Mexicana inaugura el siglo XX en México y para muchos historiadores esta etapa ha sido considerada como la fundación del Estado moderno mexicano.[3] Las mujeres tomaron parte activa en la revolución. Muchas, especialmente las de clases marginadas, se desempeñaron como soldadas; las más conocidas hoy día son: María de la Luz Espinosa Barrera, la Coronela de Yautepec; Rosa Mújica Bobadilla, Amelia Robles, entre otras. Algunas recibieron reconocimiento oficial por los servicios prestados durante la Revolución.[4] Tal como señala Julia Tuñón: “La soldadera es una figura clave en la memoria colectiva […] hubo quienes se disfrazaron de hombres, quienes comandaron tropas […]  Ana Lau y Carmen Ramos señalan que las soldadas disfrazadas de hombres “brincaban las barreras, los límites que el ordenamiento genérico les imponía”. Es decir, además de pretender rebelarse contra el régimen, también lo hacían contra su adscripción de género.

Imagen: Gobierno de México

La participación de las mujeres en la guerra fue variada. Además de fungir como miembros armados también seguían desempeñando sus roles tradicionales, como la preparación de la comida, el cuidado de los niños, la atención a los enfermos. Ahora los papeles tradicionales impuestos a las mujeres adquieren un sentido colectivo, pues muchas eran responsables del cuidado del ejército.

Los patrones familiares y el sistema sexo género se vieron alterados por la guerra; la vida cotidiana de muchas mujeres sufrió grandes cambios: “La participación femenina en el ejército vulneró el patrón familiar y el esquema de la fidelidad, pues aunque por lo general cada mujer era la compañera de un solo hombre, en caso de que éste muriera, ella buscaba y encontraba otra pareja. No obstante, el cambio no podía ser automático, y muchos de los rituales de conducta y de cortejo persistían.”[5]

La experiencia de la guerra implicó la incorporación de las mujeres a la vida política, y a algunas las colocó en una posición de liderazgo. Muchas eran partidarias de una ideología por la cual luchar; muchas sostenían una preferencia política: maderistas, villistas, carrancistas, zapatistas y obregonistas.

Muchas mujeres también fueron víctimas de la Revolución. Las historias de raptos a cambio de favores sexuales son bien conocidas. También padecían hambre, pues el abastecimiento de alimentos se redujo de manera considerable durante ese periodo. Se calcula que para poder sobrevivir la mitad de la población femenina se dedicaba a la prostitución.[6]

Según Carmen Ramos Escandón, los especialistas en la historiografía de las mujeres en México coinciden en que al concluir la etapa armada de la Revolución, hubo un primer intento real por reestructurar el orden social de género en la sociedad mexicana. Esta intención se manifestó con el decreto de la Ley de relaciones familiares. “El nuevo ordenamiento legal de las relaciones de género”[7] pretendía incidir sobre la vida familiar de las y los mexicanos y recogió parcialmente las demandas de las feministas, pues amplió los derechos de las mujeres como madres y esposas. Sin embargo, algunas feministas subrayaron la ineficacia de algunas leyes.

Al término del periodo armado de la Revolución Mexicana, muchas de las mujeres que colaboraron en la guerra, ya sea como soldadas o ideólogas, adquirieron conciencia de las desigualdades entre mujeres y hombres y durante el periodo de institucionalización de la Revolución en México se dieron a la tarea de luchar por los derechos de las mujeres, autoadscribiendose como feministas, dando paso a la primera ola del feminismo en México.

 

Fuentes

[1] Daniel Cosío Villegas et al., Historia mínima de México, México, El Colegio de México, 1983, p.131.

[2] Julia Tuñón, Mujeres en México. Recordando una historia, p.144.

[3] Véase Carmen Ramos Escandón, “De la transparencia a la presencia consciente”, en Saúl Jerónimo, Danna Levin y Columba González (coords.), Horizontes y códigos culturales en la historiografía, Mexico, UAM, 2008, p. 144

[4] Anna Macias, Contra viento y marea. El movimiento feminista en México hasta 1940, México, UNAM-CIESAS, 2002, p. 67

[5] Julia Tuñón, Mujeres en México. Recordando una historia, p. 150

[6] Anna Macías, op. cit., p. 168

[7] Carmen Ramos Escandón, “De la transparencia a la presencia consciente”, en Saúl Jerónimo, Danna Levin y Columba González (coords.), op. cit., p. 144

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