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Parteras, otra manera de nacer

Las parteras atendieron los nacimientos de los mexicanos hasta la década de 1940, fecha en que incluso adquirieron especialización médica. Sin embargo, el sistema de salud mexicano poco a poco las fue relegando hasta prácticamente desaparecerlas (Sin Embargo)

Celia Guerrero.- “No frunzas la cara, respira profundo y empuja”, dice Angelina, partera, a una mujer de 24 años que está dando a luz. En una casa en una colonia popular de Temixco, Morelos, donde Angelina a veces da consultas y recibe a bebés, una ventana en lo alto permite la entrada de la luz del medio día. Somos siete mujeres en la habitación: Angelina; dos ayudantes que preparan el lugar para recibir al recién nacido; la embarazada, acompañada por su mamá, su suegra, y yo. Pero la mujer que pare se ve ausente, sus ojos están cerrados cuando no miran al horizonte sin rumbo. Comienza una contracción y encoge el rostro de dolor. La cabeza del bebé se visualiza, la partera le pide no empujar más, solo exhalar rápidamente. Una niña nace a las 12 horas 17 minutos. Angelina la examina rápidamente mientras dice: “Ya va para la mamá, ya va para la mamá”. La nacida no llora airada, sino sosegadamente. Ahora, somos ocho mujeres en la habitación.

Originaria de Guerrero, hoy residente de Tepoztlán, Angelina es una partera internacionalmente solicitada. A veces ella va hasta donde las mujeres viven; muchas otras, las embarazadas viajan desde otros estados —e incluso países— para que las atienda.

Para ella el oficio vino de familia: su abuela y tías le mostraron los aspectos del cuidado con herbolaria y otras técnicas naturales. La parte médica la aprendió de su mamá, quien inició trabajando como ayudante de limpieza en una clínica privada en Taxco y luego fue capacitada por el médico para que atendiera los nacimientos en su ausencia.

“En mi casa había partos todo el tiempo y la necesidad de ayudar a la familia. Nunca me cuestioné si iba a ser una médico o si iba a estudiar algo. No nos cuestionamos eso, nos dedicamos a lo que ya se hacía”, platica con actitud maternal constante. 

Angelina tiene una aprendiz: Oralia, de 22 años, originaria de la región mixe en Oaxaca. El abuelo de Oralia es partero, pero ella no aprendió el oficio de él. Su relación con la partería comenzó a los seis años, con el nacimiento de su hermana pequeña, en su casa, una choza cubierta con carrizos. “Fue una impresión. ‘¿Así nacemos?’, pensaba. Pero nunca le pregunté a mi mamá”, cuenta.

Oralia estudió durante tres años la carrera técnica de partería en una de las cuatro escuelas de México: Luna Llena, en la ciudad de Oaxaca; luego vino a vivir con Angelina a Tepoztlán para aprender partería tradicional y ganar experiencia. En un año ha asistido alrededor de 40 partos.

Angelina pega el oído al vientre inflamado de Mirre, escucha el latino del bebé y marca el ritmo con el dedo índice en la palma de la embarazada. Foto por Celia Guerrero.

En México, quienes prestan el servicio de partería pueden ser: licenciadas en enfermería y obstetricia, parteras profesionales (formadas en el extranjero, en donde existe la partería como profesión), parteras técnicas (egresadas de escuelas de partería de nivel técnico) y parteras rurales o tradicionales (sin educación formal).

De acuerdo con el informe El estado de las parteras en el mundo, en 2014 existían 15 mil parteras tradicionales en México. La legislación las considera y su actividad se sustenta con el reconocimiento de la medicina tradicional desde 1990, pero las califica como “personal de salud no profesional”.

Una partera tradicional debe ir a las capacitaciones que imparte la Secretaría de Salud una vez al mes y llevar una bitácora de las embarazadas para recibir una credencial con la que puede tener acceso al hospital con la paciente, en caso de que el parto se complique, y expedir el documento para el registro del recién nacido.

Angelina asiste a estas reuniones, tiene la constancia que la acredita como partera tradicional certificada y una libreta de la Secretaría de Salud en donde apuntan sus consultas. Sin embargo, opina que el seguimiento de la autoridad tiene que ver más con restringir su labor.

“El sistema de salud dice: ‘sí, vengan, vengan parteras’. Y nos enseñan, y nos dan clases, pero al final dicen: ‘ustedes no pueden hacerlo porque no tienen un título profesional, no pueden usar jeringas porque no son enfermeras, no pueden usar plantas medicinales porque no han estudiado herbolaria, no pueden'”, se queja.

Lo mismo piensa Pilar Rendón, una mujer de 63 años que también está acreditada por el sistema de salud: “Antes les dábamos un té que les ayudaba a dilatar y así rápido nacía. Ahora todo nos prohiben, no quieren que les pongamos nada, todo natural. No quieren que demos tés, no quieren que demos nada”.

Le pregunto si le da miedo recibir a los recién nacidos, se ríe y contesta, firme: “No”. Luego habla sobre las precauciones que toma para protegerse por su labor:

“Luego las de Guerrero se alivian solas, ya nomás le mandan a hablar a uno cuando ya nació. Pero luego uno ya no se quiere meter en eso porque no sabemos cómo fue, cómo se atendió, con qué cortaron el cordón. Y si yo voy y meto mano, pues en eso hay que tener también mucho cuidado. Yo las mando al hospital”. 

Pilar Rendón es partera tradicional, comenzó a estudiar enfermería, pero no terminó la carrera. El resto del oficio lo aprendió de su mamá, doña Esperanza, una partera legendaria de Tepoztlán, Morelos. Foto por Pepe Jiménez.

La realidad mexicana

Nayeli y su esposo son una pareja de la Ciudad de México que llegó a Tepoztlán hace 16 años. En 2005 Nayeli tuvo su primer embarazo y, a través de su maestra de yoga, se enteró de un “modo diferente” de parir. En principio pensó: “No, no es para mí”. Luego, el trato de su ginecóloga —quien la había atendido durante años pero, de repente, al estar embarazada le pareció fría— y una sutileza del lenguaje la hicieron cambiar de opinión:

“Mi ginecóloga me decía: ‘Sí, el producto viene bien’. Y yo decía: ‘¿Cuál producto? ¿Mi bebé?'”  Más que miedo al dolor, Nayeli le tenía pavor a la mecanización del nacimiento de sus hijas.

“Dar a luz no es librarte de una enfermedad, entonces, lo que quieres es tener condiciones óptimas para la vida, no para la enfermedad: condiciones cálidas, seguras, higiénicas, con los seres que quieres que te acompañen, con calma, si se puede reducir la luz y el ruido es ideal para una criatura que nace, con contención no sólo médica sino familiar, espiritual, emocional. Eso no te lo da un cuarto hospitalario ni en una instancia pública ni privada”, considera Rosa Beléndez, médico homeópata en Tepoztlán.

La opción de que una familia decida recibir un bebé en casa se inserta en una propuesta llamada parto humanizado, la cual considera que parto y embarazo “son procesos fisiológicos para los que el cuerpo de la mujer está preparado”; que la medicina es útil “sólo en situaciones de emergencia”, y que el objetivo de la atención es que la experiencia de la mujer sea satisfactoria, informada y segura, de acuerdo con Cristina Alonso, presidenta de la Asociación Mexicana de Partería (AMP).

En el escenario internacional, en 2010, el Tribunal Europeo sentenció la opción del parto en casa como un derecho humano. También la Confederación Internacional de Matronas (ICM, por sus siglas en inglés) considera que la mujer tiene derecho a elegir un parto en casa seguro, siempre que sea una decisión informada y con la ayuda de una matrona.

Pero la realidad mexicana es muy distinta. Parir en casa, con partera, hoy puede ser una alternativa a la atención hospitalaria para algunas mujeres. Mientras, para otras “el parto en casa no es una opción, es una limitante”, afirma Guadalupe Mainero, ex directora de la primera escuela pública de parteras en México, en Tlapa, Guerrero.

“Si tú vives en el cerro y todas las calles se te caen —porque así es Guerrero, la montaña se desbarata— y estás en parto, pues te lo atiende tu mamá porque no te queda de otra. Es una realidad, no es una opción. No es algo que tú eliges porque estás preparada y porque tienes un plan de seguridad. No. Es porque no te queda de otra”, explica.

Alina Bishop es partera, pertenece a la asociación Parto Libre, la cual promueve una atención humanizada y de respeto al proceso del nacimiento. Alina le muestra a Alejandra, en su 38 semana de embarazo, el audio del latido de su bebé. Foto por Pepe Jiménez.

Partería ¿alternativa?

Al parto humanizado impulsado por la partería profesional le precede una larga tradición de origen indígena en la que mujeres y hombres atienden los nacimientos en zonas donde los servicios de salud públicos o privados no llegan.

“Todas las prácticas médicas se basan en la evidencia, se hacen estudios, pero de repente se deja de estudiarlas. Entonces, una practica que se estudió y que resultó positiva, diez años después se descubre que no es tan positiva. Por ejemplo, la posición horizontal que resultó benéfica para el médico, años después se descubre que la posición vertical que utilizan las parteras hace que el parto sea más rápido”, explica Alina Bishop, miembro de la colaboración Cochrane, una red mundial que practica la medicina basada en evidencia. 

Recientemente la asociación Parto Libre participó en la elaboración de la Norma Oficial Mexicana (NOM) 007, publicada en abril de 2016, la cual estipula procedimientos para la atención de la mujer embarazada y el bebé durante la gestación, parto y posparto. En esta norma, por primera vez, considera Alina, se plantea una atención humanizada y de respeto al proceso del nacimiento.

“El imaginario es algo que se crea a través de muchos medios. Si toda tu vida, cuando ves la telenovela, la que va a parir se va a un hospital y se acuesta y levanta las patas y grita, pues eso piensas que es. Esa es la imagen. Entonces, la idea de la educación perinatal es que se reflexione en estas otras opciones”, dice Guadalupe Mainero.

Además del imaginario social mexicano, existe otro aspecto fundamental para la partería: el económico. La partera de Nayeli cobró seis mil pesos, en 2005. Pilar cobra de tres mil a cinco mil pesos, dependiendo de la situación económica de la parturienta, pero dice que hay ocasiones en que no cobra. En las zonas urbanas el costo de la atención va de 10 mil a 20 mil pesos, de acuerdo con Cristina Alonso de la AMP.

El problema radica en que —mientras sólo el uno por ciento de los partos en México son atendidos por una partera, según datos de la AMP— de 100 nacimientos en hospitales, 39 son por cesárea, aunque desde 1985 la Organización Mundial de la Salud estimó que la tasa “ideal” es entre el 10 y 15 por ciento.

La OMS considera que las parteras cualificadas reducen el riesgo de defunción materna y neonatal, pero en México existe una política oral para descentivar a las mujeres de parir con parteras y en casa. Foto por Pepe Jiménez.

La OMS también considera que las parteras cualificadas reducen el riesgo de defunción materna y neonatal. Actualmente, destaca que sólo una de cada tres mujeres en zonas pobres o remotas reciben la atención necesaria durante el embarazo y parto, razón por la cual promueve que los gobiernos adopten políticas que impulsen el trabajo de parteras en comunidades.

En países como Holanda, “todos los partos son con parteras, solo vamos al hospital cuando hay una emergencia, pero quiero hacer un plan B para que mi esposo esté tranquilo”, explica Mirre, una holandesa de 28 años y seis viviendo en México.

En México, en cambio, se criminaliza a las parteras

“Ellos le dicen a la gente que soy peligrosa”, cuenta Angelina sobre los doctores en la clínica de Tepoztlán, “Yo empodero a las mujeres, entonces, claro, soy muy peligrosa”.

Hace aproximadamente un año, Angelina estaba fuera de Tepoztlán cuando recibió una llamada de una embarazada que comenzaba a tener cólicos y no se sentía bien. Para cuando la partera llegó con la mujer, el bebé ya estaba naciendo. Buscó el latido en la barriga. Nada. Una niña nació muerta.

Los familiares de la mujer la acusaron de la muerte de la niña y la policía la detuvo. “No fue una complicación del parto, el bebé ya había muerto antes de nacer. Y la Secretaría de Salud, con toda cizaña con las parteras que no son obedientes de no atender partos, me culpó. Fue arbitrario, todo fue arbitrario”, explica.

Los policías la retuvieron por un día y después la dejaron ir. Angelina cree que todo fue para asustarla. “Miedo, eso es lo que quieren, que tengamos miedo”, afirma consternada. Finalmente, la mujer que perdió a la niña declaró cómo sucedió todo y con la necropsia señalaron la muerte del bebé antes del parto.

“Soy autodidacta”, dice Angelina, y muestra un libro del ancho de un tabicón de concreto con el que se prepara para obtener un certificado de partería en Estados Unidos. En México tendría que terminar la secundaria y pagar la única escuela de parteras que expide título y cédula: Casa, en Guanajuato. “Pero, ¿cómo crees? Yo podría darles clases”, añade entre risas. El certificado, explica, lo necesita para protegerse legalmente, aunque debe seguir asistiendo a las reuniones de la Secretaría de Salud para poder solicitar los registros de recién nacido.

“Hay una política oral para desincentivar a las mujeres de parir con parteras y en casa. Aunque no es una política institucional, salubridad dice a las parteras tradicionales que no pueden atender los partos; mientras, con el Seguro Popular incentiva a las embarazadas a atenderse en el hospital porque no cuesta”, explica Cristina Alonso.

 

Fuente: VICE

Foto portada: Samantha Fien-Helfman Banco Mundial

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