Cuando el feminismo acuñó la frase: “mi cuerpo es mío”, se puso en marcha una imparable revolución sexual, cultural e histórica.
María Teresa Juárez (Lado B).- Cuando el feminismo acuñó la frase: “mi cuerpo es mío”, se puso en marcha una imparable revolución sexual, cultural e histórica. No es un tema menor. Durante milenios, el cuerpo de las mujeres ha sido azotado, mutilado, regulado mediante el contrato matrimonial, usado como incubadora, esclavizado con fines de explotación sexual. Nuestro cuerpo ha sido expropiado y cosificado.
Hoy día, mujeres de todo el mundo siguen obligadas a contraer matrimonio siendo aún menores, miles de ellas toman anticonceptivos a escondidas por miedo a ser violentadas por su pareja, o son esterilizadas sin su consentimiento. Y qué decir del feminicidio, la expresión más extrema de la violencia contra las mujeres.
El informe “Mi cuerpo me pertenece. Reclamar el derecho a la auntomía y la autodeterminación”, del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa) del año 2021, revela que, en 57 países, casi la mitad de las mujeres se ven impedidas para ejercer su autonomía corporal.
Esto quiere decir que solamente el 55 por ciento de las mujeres tienen la libertad para tomar sus propias decisiones sobre cuestiones relacionadas con la atención de la salud, los anticonceptivos, y si tener, o no, relaciones sexuales.
Al respecto, la filósofa Judith Butler, en el libro Deshacer el género, dedica un capítulo a la autonomía sexual y afirma que tanto el feminismo, como el movimiento LGBTTIQ+, han puesto en el centro del debate social temas como los derechos sexuales, los derechos reproductivos y, por supuesto, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.
Sin embargo, problematiza al respecto y también señala una gran paradoja: “Aunque luchemos por los derechos sobre nuestros propios cuerpos, los mismos cuerpos, los que luchamos, no son nunca del todo nuestros. El cuerpo tiene invariablemente una dimensión pública; constituido como fenómeno social en la esfera pública, mi cuerpo es y no es mío”.
El derecho a decir: ‘¡No!’
Temas como la ciudadanía sexual, las políticas públicas de población y el derecho a decidir, comienzan a dialogarse intensamente no sólo en espacios académicos, en el movimiento feminista o LGBTTIQ+. La influencia de estos movimientos ha dado el gran salto al espacio público, con manifestaciones masivas como la Marea Verde en América Latina o, con poderosos mensajes como el flashmob: Un violador en tu camino de Las Tesis.
El placer del ‘¡Sí!’
La primera vez que se mencionó el tema de la autonomía corporal de las mujeres fue en los años 70 con la lucha del movimiento feminista. Es hasta los años 90 en el marco de la Conferencia de Población y Desarrollo del Cairo (1994), que este tema cobra relevancia al ser reconocido en el Plan de Acción de esta plataforma internacional.
Y es a fines del siglo veinte que comienzan a plantearse los derechos sexuales como eje vital de los derechos humanos.
Hay una hermosa particularidad cuando descubrimos por primera vez los derechos sexuales, porque se tejen con el tema del placer, lo lúdico y el ejercicio de la sexualidad sin fines reproductivos.
Según la Cartilla por los Derechos Sexuales —escrita por decenas de especialistas en el tema en México—: la autonomía sexual se expresa mediante el derecho a decidir de forma libre, autónoma e informada sobre mi cuerpo y mi sexualidad.
Esto también está relacionado con el derecho a decidir con quién o quiénes relacionarme afectiva, erótica y sexualmente y, por supuesto, el derecho a que se respete mi privacidad y a que se resguarde mi información personal.
Estos derechos incluyen la seguridad e integridad sexual, así como la capacidad para tomar decisiones sobre nuestra vida sexual dentro del marco de la ética personal y social.
No hay autonomía sexual, sin derechos humanos
Es en mi cuerpo donde se dan las decisiones más profundas de mi relación con el mundo, y si estas determinaciones no se pueden llevar a cabo por razón de edad, género, orientación sexual, condición de salud u otra, entonces no hay autonomía sexual.
Saber cómo funciona mi cuerpo, sus ciclos, decidir cómo, cuándo, con quién me quiero relacionar sexual y/o afectivamente; tener acceso gratuito y universal a servicios de salud sexual y reproductiva y, por supuesto, una vida libre de violencias.
¿Qué quiere decir esto? Que la autonomía sexual está intrínsecamente relacionada con un marco ético donde el control y el placer de nuestro cuerpo esté libre de tortura, mutilación o violencia de cualquier tipo.
Pero primero lo primero: requerimos educación sexual integral para todas las personas, desde un enfoque científico y laico. Urge el acceso universal a métodos anticonceptivos y una legislación que reconozca el derecho a decidir de las mujeres en todo el país, en el mundo entero.
También hay que decirlo: la autonomía corporal y sexual, no sólo es un tema del feminismo, las mujeres o el movimiento LGBTTIQ+. Esta reflexión se ha extendido a movimientos como el de las personas con discapacidades físicas o psicosociales.
Por el derecho a decir:
‘¡No!’ y la libertad de decir ‘¡Sí!, y decidir sobre nuestro cuerpo: el primer y único territorio que nos pertenece.