Por Mely Arellano
“Que todos los meses sean marzo”, deseó Itzell Sánchez, una reconocida artivista en redes sociales, sólo un par de días antes de la megamarcha que este año convocó a unas 50 mil mujeres.
En marzo, las portadas de los periódicos y medios digitales destacan más mujeres que nunca: hablan de las científicas, las que hacen trabajos en áreas que solían ser exclusivas de los hombres, las que rompieron el techo de cristal, las que “pese a ser mujeres” destacaron.
En marzo, el Estado trabaja más intensamente en hacernos creer que le importamos.
En marzo las organizaciones denuncian lo que ya denunciaron un año antes, pero con cifras actualizadas: números que engordan a punta de impunidad.
En marzo las jóvenes salen a la calle portando pancartas que dicen: “Mamá, tranqui, hoy no voy sola por la calle”, “Estoy aquí para que mi mamá ya no tenga miedo cada que salgo de mi casa”, “Nos dijeron que no salgamos solas a la calle, así que vinimos todas juntas”.
En todo el año, pero sobre todo en marzo, las mujeres reivindicamos nuestros cuerpos fuera de la norma: la panza, las canas, el gordito del brazo, las estrías.
En marzo somos malas y podemos ser peores, y nos ponemos furiosas: amenazamos con mandar vergas violadoras a la licuadora, quemamos, rompemos, rayamos, gritamos, gritamos, ¡gritamos!
En marzo tomamos las calles, emocionadas, con los rostros pintados de verde, el glitter en las mejillas, los ojos con brillitos, la minifalda, la blusa sexy, los tenis, la playera que dice que lo vamos a tirar, que le pinta dedo al patriarcado, las chichis de fuera, las medias rotas, la cara cubierta y el outfit negro para que no me persigan por pintar una pinche pared.
En marzo las universidades tratan de ocultar lo que ocultan todo el año: su infinito desdén por la violencia contra las mujeres que se ejerce en sus aulas.
En marzo nos vemos las unas a las otras y nos reconocemos en el miedo. Miedo a desaparecer, a morir, a ser violadas: “si me matan, quemen todo”, “Si desaparezco, abracen a mi mami”, “Desnuda te incomoda, ¿muerta no?”.
En marzo le recordamos al Congreso de Puebla lo que le venimos recordando desde hace años: que reconozca de una maldita vez nuestro derecho a abortar.
En marzo, y todo el año, las mujeres abortamos, como siempre lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo, acompañadas las unas de las otras, en autonomía y con seguridad, porque es nuestro derecho. Pero que nadie se equivoque: no dejaremos de exigir que se reconozca lo que por ley nos corresponde.
En marzo salimos en manada y nos sentimos poderosas, y somos poderosas porque estamos juntas y hay una energía que nos recorre, una emoción, unas ganas de reír, unas ganas de llorar, de no soltarnos, de recordar nuestros nombres, nuestras miradas, para cuando nos encontremos de nuevo en otra calle, en otro día, en otra circunstancia y sin más explicaciones, por la razón que sea, sepamos nuevamente cómo encender la chispa para bailar alrededor del fuego y que arda todo.
Aunque no sea marzo. Aunque no sea marzo.