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La guardia de mujeres conga que expulsó a una minera de sus tierras en la Amazonia


 

La minería crece a una velocidad acelerada en Ecuador. Un grupo de antiguas artesanas kichwa se ha convertido en uno de sus principales obstáculos y en un referente en la región

Desirée Yepez.- En febrero de 2020, la vida de Elsa Cerda cambió. Antes, su día transcurría entre la chacra, la tierra donde cultiva yuca, plátano; el cuidado de sus tres hijos y su hija; y el grupo de mujeres con las que hacía artesanías. Nada fuera de lo normal en la comunidad indígena Serena, donde nació hace 42 años y que se ubica en la provincia amazónica de Napo, a unas cinco horas de Quito. Pero, cuando la minería amenazó con extender sus tentáculos hacia su casa, la mirada color cacao de esta mujer de 1,60 metros de estatura se encendió. Se transformó en una mujer conga, en una Yuturi Warmi, como se dice en su lengua kichwa. Su grito de guerra encabeza la guardia indígena que impide el extractivismo a su alrededor.

“¡Fuerza, fuerza, guardia, guardia!” es la consigna de las 35 mujeres que neutralizan la minería en Serena, una comunidad de 186 kichwas, asentada a orillas del río Jatunyacu, en el alto río Napo, y uno de los principales afluentes del Amazonas. Las abuelas de la comunidad decían que hace años en las aguas que las rodean se veían sirenas y por eso el nombre. Pero hoy es una zona en disputa.

Hace tres años, el territorio donde Elsa echó raíces fue concesionado a una empresa minera. No importó que esté dentro de un área de amortiguamiento de dos parques nacionales megadiversos. La noticia llegó cuando ella y otras trece mujeres estaban reunidas, tejiendo artesanías para generar dinero.

“Antes solamente era ama de casa, cuidaba a mis hijos, trabajaba para mi familia. Viví muy feliz en mi territorio porque no había delincuencia, no había alcoholismo, no había drogadicción, no había violencia”, le dice Elsa a América Futura. Es mediados de octubre y el calor que supera los 30ºC no disipa a los asistentes del campamento antiminero, organizado por el Movimiento de Liberación Negra e Indígena (BILM por sus siglas en inglés), reunidos en Serena. La Amazonia, que constituye el 40 % del territorio sudamericano, enfrenta presiones alarmantes. De acuerdo a la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada, existe un aumento significativo de espacios con interés minero, conectados a las carreteras que atraviesan la región. La deforestación y degradación de ecosistemas amenazan no solo la biodiversidad, sino los esfuerzos globales de mitigación del cambio climático.

Pero las mujeres kichwa no están dispuestas a ser testigos de la destrucción. “La yuturi es una hormiga muy grande que tiene espinas. Se le dice conga en español. Nosotras somos las Yuturi Warmi, las mujeres conga. No tenemos espinas, pero sí nuestra lanzas y nos vamos a defender con eso”, advierte la dirigenta. Así lo dejaron claro cuando representantes de la empresa minera quisieron negociar con el presidente de la comunidad en 2020.

Elsa hizo a un lado los muyus (semillas) y el hilo para encarar a los ‘invasores’ y al líder comunitario. “Me tomé la palabra y les dije que el presidente era nuestro vocero. Nosotros le ordenamos y decimos lo que tiene que hacer”, recuerda. Ante la mirada atónita, tomó al hombre y lo ubicó por detrás de las mujeres que la acompañaban. Ellas como escudo. “Y ahí le pregunté, señor presidente: ¿Está con el pueblo o con las empresas mineras?”. Él atinó a responder que respaldaba a la comunidad. “Miren, señores que vinieron a negociar, yo les voy a dar mi nombre y apellido, así tenga que morir. Elsa Cerda Andy no va a negociar, no va a conversar. Ustedes tienen dos segundos para salir, porque estas son mis tierras. Es nuestro territorio”, describe la activista. Recuerda que cuando volteó la mirada a sus compañeras, ellas corrían hacia el carro donde se movilizaban los mineros y los amenazaron con lanzas. “Estábamos furiosas y ellos huyeron”.

Hoy la lanza de madera de chonta de 1,75 metros de longitud es parte del uniforme de las Yuturi. Además, usan una maquicotona -una blusa de cuello cuadrado decorada con cintas de colores-, la shigra -un bolso tejido- y la cuya, un cuenco donde beben la chicha y la wayusa, una infusión que funciona como energizante natural. Cuando se le pregunta a Elsa qué la llevó al activismo y a organizar a otras mujeres, responde que la rabia. La rabia que le provocó el intento de las empresas mineras por ocupar su casa.

Una amenaza latente

Napo es una provincia ubicada al pie de los Andes y una de las entradas más importantes a la Amazonia ecuatoriana. Hasta mediados de los años noventa su población se dedicaba principalmente a la agricultura y al turismo, pero esto cambió desde que el Estado comenzó a entregar concesiones mineras para la extracción de oro. En el documental ‘Yutzupino, el dorado en disputa’, producido por la plataforma Mullu.tv y estrenado en julio pasado, se expone que, entre 2001 y 2018, la minería se tomó ese territorio. En números, la superficie dedicada a esa actividad aumentó en un 300%. Los impactos incluso alcanzan áreas protegidas.

Paradójicamente, también en gran parte de Napo no hay agua potable, es consumida directamente desde los ríos que bajan de la cordillera. Justamente, es el líquido que ha sido contaminado con mercurio y combustibles usados para la extracción del oro. Eso motivó a las mujeres de Serena a organizarse y resistir. Pero no fue fácil.

No solo han tenido que enfrentar los intentos de las transnacionales por dividir a los comuneros. “Venían acá a conversar con la gente queriendo ganarles. Les damos trabajo, les damos plata, véndanos su lote de terreno, ahí hay oro”, dice Elsa. Además, han debido demostrar en sus casas que lo que hacen tiene valor, tiene sentido.

De acuerdo a la encuesta nacional sobre Relaciones Familiares y la Violencia de Género contra las Mujeres (Envigmu 2019), Napo es la tercera provincia de Ecuador donde se reporta la mayor tasa de violencia de género. Ahí, siete de cada diez mujeres han sufrido alguna forma de agresión. Elsa reconoce que, cuando empezaron a crear el colectivo, hubo problemas con sus parejas porque básicamente la cotidianidad se reestructuró. Al llegar la amenaza de la minera, se reunían cada dos o tres días, lo que implicaba dedicar menos tiempo a las tareas de cuidado que culturalmente ellas asumen. Se les son asignadas. “Sufríamos porque ellos decían: ‘¡Ah, se van allá en vez de estar en la casa, de irse a la chacra, de cuidar el guagua [niño]!’. Hubo veces que incluso los esposos nos maltrataban”, comenta.

¿Cuándo cambió? Cuando su forma de resistencia se acuerpó y abrió el camino a la organización y al modelo social y económico que se pretende sostener. En tres años pasaron muchas cosas. Por ejemplo, con la llegada de internet, en el contexto de la pandemia, dejaron el caracol de campo que funcionaba como bocina para convocarse y activaron un grupo de WhatsApp donde se comunican. Como asociación formal promueven economías solidarias, sostenibles y no extractivas, donde a través de la producción de artesanías y turismo comunitario sostienen a sus familias.

 

En guardia

Lo que se inició como un amedrentamiento a tres foráneos hoy se reconoce como la primera guardia indígena liderada por mujeres en Latinoamérica. Ahora están en redes y difunden su trabajo a escala internacional. Entre sus logros, junto a otras entidades como la Federación de Organizaciones Indígenas del Napo (FOIN) y la Defensoría del Pueblo, destaca el operativo ‘Yutzupino’ que a inicios de 2022 incautó unas 150 retroexcavadaoras utilizadas para minería en la zona.

Las mujeres conga no se dedican únicamente a la custodia y defensa territorial. También se enfocan en que niñas y niños accedan a educación intercultural y bilingüe. Son guardianas de la medicina ancestral, así como de la cultura, la tradición y la ancestralidad del pueblo kichwa.

¿Para qué? “Por el futuro de nuestros hijos”, responde Elsa. “Quiero hacer saber al mundo, a todas las comunidades de Ecuador, que sí se puede mantener y cuidar el futuro de nuestros hijos. Si no lo hacemos nosotros, quién va a cuidar”, enfatiza.

Junto a Elsa están Rocío, Diana, Piedad, Nashly, Irene, María José… Empezaron 14 y ahora son 35. Tienen entre 18 y más de 65 años. Los hombres que al principio las miraban recelosos ahora son parte del colectivo. “Me siento tan orgullosa porque las mujeres nos hemos empoderado. Los esposos ya entienden el trabajo que estamos haciendo. Hoy no solo somos nosotras, ya tenemos ocho hombres que nos están siguiendo, apoyando”, dice la presidenta de la organización.

Al grito de “¡fuerza, fuerza, guardia, guardia!” cuidan su territorio como las hormigas. Como esas congas que hacen su madriguera junto a los árboles y al sentir la presencia del enemigo lo atacan desde los pies. Así, juntas, frenan los pasos de quien quiera atacarlas.

Fuente: El País
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