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“¿Cómo es posible que nos hicieron creer que las mujeres competimos entre nosotras?”

 


Diana Oliver es escritora, editora y, también, madre, Carmen G. de la Cueva se mete en la piel de las escritoras que encontraron en la amistad el impulso que necesitaban para creer en ellas mismas y seguir creando.

Por Diana Oliver

Hace tiempo que dejó la ciudad para reencontrarse con el pueblo de su infancia. Allí, en una pequeña casa repleta de libros desde el suelo hasta el techo, Carmen G. de la Cueva (Alcalá del Río, Sevilla, 1986) trabaja, lee, escribe, cría. A menudo todo al mismo tiempo. Otras veces, aceptando los ritmos y las urgencias que conlleva la crianza en soledad y que marcan el lugar de todo lo demás. Este es precisamente el gran aprendizaje que dice que le ha dado la maternidad. “No quiero ir al ritmo de este mundo que nos tiene agotadas, exhaustas, enfermas, infelices, deprimidas”, cuenta en esta entrevista. Eso sí, reconoce que no hay un ápice de romanticismo en una vida de escritora cuando la precariedad o la incertidumbre se convierten en una constante vital.

Tras Mamá, quiero ser feminista y Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir, además de haber participado en Tranquilas. Historias para ir solas por la noche, todos con Lumen, la autora y editora sevillana publicaba a principios de 2023 Escritoras. Una historia de amistad y creación, ilustrado por Ana Jarén. En este nuevo libro, tejido como una bella manta de patchwork, nos acerca a mujeres como Carmen Baroja, María Lejárraga, Elena Fortún o Emilia Pardo Bazán, no solo desde una perspectiva histórica o literaria, sino también desde una auténtica arqueología de la sororidad y de la amistad entre mujeres. ¿Qué si no puede salvarnos?

Escritoras no es una recopilación de biografías sino que va mucho más allá y es un libro sobre la amistad, la creación, la sororidad o la maternidad. ¿Por qué te ha interesado poner en el centro las relaciones y el apoyo entre mujeres? ¿Es un terreno por explorar en la literatura?

Siempre me han interesado las relaciones entre las mujeres, cómo establecen y sostienen sus vínculos a través del tiempo y de la vida, cómo la amistad se va transformando con la edad y con las vicisitudes. Pero cuando empecé a escribir este libro, las amigas fueron un apoyo muy necesario para mí, sus mensajes, los audios, las llamadas. Después de llevar más de una década en pareja, de haber sido engullida por la maternidad, ¿dónde estaba yo?, ¿quién era? Las amigas estaban ahí para recordármelo. Desde que leí las cartas entre Elena Fortún y Carmen Laforet quedé fascinada por esa historia de amistad. ¿Cómo era posible que nos hubieran hecho creer que las mujeres simplemente competimos entre nosotras? ¿Que los grandes amores son románticos? Decidí tirar del hilo y descubrí cosas maravillosas como la amistad entre María Lejárraga y Elena Fortún, cómo Lejárraga alentó la vocación de Fortún. Quién sabe si Fortún hubiera terminado publicando si ella no la hubiera apoyado de esa manera tan honesta.

Ana Jarén ha hecho un trabajo fantástico con la ilustración del libro que nos permite aterrizar en la época que vivieron las escritoras que recorren el libro. Hilos, flores y pájaros son tres elementos que aparecen recurrentemente. ¿Qué te inspiran y cómo los relacionas con el texto?

Sobre todo, tenía en la cabeza la idea de los hilos, es más, quería que el libro se titulara así “Los hilos”. Pensaba en la costura, por un lado, en los recuerdos de ver a mi tía y a mi abuela con la aguja y el dedal entre las manos, pensaba también en un hermoso texto de Carmen Martín Gaite que habla de que escribir es como hilar con palabras, que su madre cosía y que como ella nunca supo aprender a hacerlo, escribía. Quería reivindicar el lugar de las labores como espacio de creación, como lugar legítimo de soledad, más allá del ángel del hogar, de la imposición familiar y social de tener que dedicarse a las labores. Los pájaros también los tengo muy presentes siempre, es verdad, eso de asomarse a una ventana y ver a los gorrioncillos apoyados en la baranda y alzando el vuelo mientras una espera o escribe o, simplemente, piensa. Es un símbolo muy claro, casi literal, de la libertad: las alas, la posibilidad de emprender una huida, de salir de todo aquello que no nos hace felices. Y las flores son de Ana. Ella decidió integrarlas, sobre todo, las margaritas, que son las flores de la amistad. Yo creo que hay una búsqueda muy clara por la belleza en este libro, tanto por parte de Ana con sus hermosas ilustraciones, como por mi parte. Que al leer, al pasar las páginas, no solo aprendamos y nos emocionemos, sino que vivamos una experiencia estética.

Cuentas que algunas mujeres como Concepción Arenal, María Lejárraga, Emilia Pardo Bazán o Carmen de Burgos tuvieron la voluntad de “despertar” la conciencia de sus contemporáneas en temas que aún nos persiguen hoy, como la constante misoginia o la devaluación de nuestro trabajo por el hecho de ser mujeres. ¿Qué sientes por aquellas escritoras? ¿Cuánto hemos avanzado desde entonces?

Siento, sobre todo, agradecimiento y admiración. También me siento unida de alguna manera. Pienso en Carmen de Burgos que tan mal lo pasó para salir, primero, de su casa familiar, y más tarde de una relación abusiva con su marido y cómo sacó adelante a su hija. También es una lección de humildad. En los grandes relatos de la genealogía, a veces no se habla más que de una historia de éxito y sería falso ofrecer tan solo esa versión sin toda esa otra parte: la fragilidad de sus condiciones, la vulnerabilidad, su fortaleza para escribir, para intentar ser ellas mismas a pesar de todo y de todos, la soledad. Ellas emprendieron una búsqueda, cada una a su manera, que continuamos nosotras hoy. Hemos avanzado, claro, muchísimo, en algunas cosas, y tan poco en otras. Creo que, si en la vida de una mujer tienen lugar la precariedad económica y la maternidad, la historia se repetirá y se seguirá repitiendo infinitamente. Tan atravesadas estamos por el género como por la clase. Lo veo en mi entorno, en mi propia familia. Sin dinero, sin un apoyo que venga desde el Estado, que nos iguale realmente en una sociedad que nos va devorando, pocas serán las que se puedan permitir, todavía hoy, tener una vida propia.

¿Qué hace importante a una escritora?

Replantearía la pregunta: ¿qué hace importante a una escritora para una misma? Porque está el canon, el mercado y todo eso, y luego está lo que un texto, una escritura, una voz te hace sentir, cómo te interpela, cómo parece hablarte, como si fueras la única persona en el mundo. Para mí eso es lo importante: una voz que me hable, que me remueva, que sepa llevarme a un lugar, por incómodo que sea, que sea capaz de sacarme de mí.

“La precariedad es una constante en la vida de las escritoras”

Ana López Navajas, investigadora de la Universidad de Valencia, realiza desde hace años una investigación profunda sobre la situación de las mujeres en los libros de texto. Carmen Baroja o María Lejárraga siguen siendo dos grandes desconocidas en los planes de estudio. ¿Te preocupa que vayamos tan despacio en esta reescritura de una historia que incluya a las mujeres?

No me preocupa el ritmo, creo que en los últimos años hemos despertado colectivamente y muchas de nosotras andamos enfrascadas en esta búsqueda desde diferentes ámbitos profesionales. Me preocupa más qué aplicación tiene todo esto en la sociedad. El abismo que existe entre la academia y la calle está ahí. La mayoría de nosotras tardamos mucho en darnos cuenta de que los problemas que vivimos a diario —el agotamiento, la precariedad, el machismo, la carga doméstica, la autoexigencia, la necesidad de cumplir con las expectativas depositadas en nosotras como madres, hermanas, hijas, profesionales…— tiene que ver con la desigualdad de género. Pienso, por ejemplo, en lo que le hizo Luis Rubiales a Jennifer Hermoso, en ese gesto de violencia que tan asumida estaba en nuestra cotidianidad. Eso ha sido un pequeño despertar colectivo: a partir de ahora, cuando algo parecido le pase a otra mujer, pienso que le será más natural ponerse alerta, denunciarlo en su entorno y ese entorno la acompañará, no dudará de ella, no la juzgará. El caso de la violación de la manada fue otro despertar colectivo. Todo eso que ocurre en la calle, desde la gente, tiene una incidencia mayor de lo que podemos apreciar en un primer momento. Ha servido incluso para cambiar leyes, para hacer leyes nuevas. Y, al mismo tiempo, la polarización mediática, las redes sociales, el clima de hostilidad que vivimos hace que todo pueda ser cuestionado, puesto en entredicho, como si la violencia de género, la desigualdad económica, la precariedad fueran cuestiones de opinión. Para que todo avance a un ritmo más deseable, hace falta cierto equilibrio entre lo personal, lo político y lo mediático.

Un asunto importante es la clase social de las mujeres que lograron escribir. Hoy ya no solo la burguesía escribe, pero casi… ¿Cuánta precariedad hay actualmente para las mujeres que escriben? ¿Hay privilegio en la escritura?

Me recuerdo siempre escribiendo. O pensando en escribir. Y nadie en mi entorno lo hacía, en mi casa ni siquiera había libros. Escribir era para mí una manera de mirar, de estar en el mundo, de escapar también de ese entorno en el pueblo que tan pequeño y opresivo me parecía tantas veces. Siempre quise ser escritora y siempre me apoyaron, aunque en mi casa se viviera de ayudas sociales y trabajos precarios. Me pasa muchas veces que cuando estoy en entornos literarios me siento una extraña, completamente ajena. Los hijos de la clase obrera siempre hemos escrito, pero no siempre hemos tenido visibilidad ni plataformas desde las que alzar la voz. La precariedad es una constante en la vida de las escritoras, al menos, en mi caso, y si eres madre soltera, muchísimo más. No todo el mundo, aunque desee escribir, puede plantearse dedicarse a ello, por muy bien que lo haga. Yo me planteo dejarlo todas las semanas. Pero, ¿qué otra cosa voy a hacer a estas alturas? Sí siento que es un privilegio para una determinada clase y quizá por eso tantas veces me siento desconectada de mucho de lo que se publica en la actualidad. Una siente que lleva una vida doble: escribir e ir a ferias o presentaciones es una cosa, y sacar tiempo entre los encargos y la crianza para escribir lo que una quiere escribir es otra cosa.

“Hay muchos tipos de escritores y muchos tipos de escritura, pero parece que las madres que escriben no tienen sitio en ninguna parte”

Esto desanima enormemente.

Y agota. Mantengo una lucha constante en mi cabeza, la ambivalencia no se acaba nunca: debería dejar de escribir porque apenas me pagan por hacerlo, pero soy una voz interesante que interpela a muchas personas, pero no gano dinero y estoy agotada, pero entonces, ¿cuál es la alternativa?, ¿el silencio? ¿Sabes qué pienso algunas veces, Diana? En las becas y residencias artísticas. Publiqué mi segundo libro estando ya embarazada, me separé poco antes de empezar a escribir Escritoras, cuido sola de mi hijo de cuatro años y apenas me queda tiempo para respirar. Veo una residencia tras otra, una beca de escritura tras otra, fantaseo con la idea de una residencia de escritoras madres, donde poderte ir con tu hijo y tener a alguien que lo cuide por ti unas horas para poder escribir tranquila, alguien que cocine, no tener que poner las lavadoras, que la escritura no estuviera marcada por la discontinuidad que implica cuidar. Aunque solo fuera un mes. Es una fantasía recurrente que tengo. Hay muchos tipos de escritores y muchos tipos de escritura, pero parece que las madres que escriben no tienen sitio en ninguna parte.

Escribía Jane Lazarre en El nudo materno: “Una mañana, después de cumplir con mis tareas domésticas, jugué con Benjamin a hacer construcciones, a la pelota y a los médicos. Luego, sin éxito, intenté que jugara solo para volver a mi lectura. Pero Benjamin solo se distraía si me veía limpiar. Él consideraba que ése era mi trabajo y, al verme en constante movimiento, de alguna manera aceptaba que no le prestara atención. Decidí hacer cualquier cosa menos jugar, me dediqué a limpiar toda la tarde”. ¿Cuántas veces has sentido que el teclado en el que escribías estaba unido irremediablemente a la marcha de la crianza?

Cada día de mi vida desde que me quedé embarazada. Ya nada ha vuelto a ser igual. Y oye, luché durante los dos primeros años contra eso, quería recuperar mi identidad prematernal como fuera. Y ahora me he rendido. Sí, ya no soy la misma, pero eso está bien. Escribir fragmentariamente, escribir cuando puedo, no dejar que la frustración me arrastre. ¿De qué otra manera se puede hacer? Escribir más lento. La lentitud es un gran aprendizaje de la maternidad. No quiero ir al ritmo de este mundo que nos tiene agotadas, exhaustas, enfermas, infelices, deprimidas. Escribo como puedo. A ratitos, días enteros si mi hijo está con su padre. Y tengo mi club de lectura, mis talleres, esas mujeres que me sostienen con su lucidez y su humildad. Llevo escribiendo el libro que tengo entre manos cinco años. Se me han adelantado muchísimas autoras y eso me frustra muchas veces, ¿sabes? ¿Por qué una parte de mí lo sigue viendo como una carrera? Cada libro que se publica sobre la maternidad me sume en un pozo durante tres minutos. Luego se me pasa, lo leo, lo incorporo a mis talleres, a mi mirada, me enriquece. Porque así debe ser. La maternidad no se agota nunca. Todas las escritoras madres y no madres deberían escribir sobre ello, pensarnos así, disponer de todos los relatos posibles.

A veces pienso que un mundo tan hostil, mostrar la ternura y nuestra vulnerabilidad lo hace más habitable.

Sin duda. Y eso te pasa cuando te haces madre, ¿no crees? O cuando tienes que poner en el centro de tu vida los cuidados. Si consigues deshacerte del látigo de autoflagelación constante —ser la mejor madre, la más amorosa, que no se enfada nunca, que cría con apego y da la teta y prepara comida sana y no sé cuántas cosas más, y siente culpa las 24 horas del día— aunque sea un ratito al día, la maternidad te permite mostrarte tal y como eres: sensible, amorosa, tiernecita como la miga de un bollo de pan, vulnerable hasta deshacerse. Creo que la empatía es el mejor recurso para habitar este mundo tan acelerado, saber ponerse en el lugar de los otros, reconocerse, ofrecer alivio y consuelo, compartir la propia fragilidad… Y un hijo hace que seamos precisamente así, empáticas, por nuestros hijos podemos ponernos en el lugar de cualquiera, entender el dolor y el daño, pero solo si estamos conectadas con el momento presente, tan conectadas como nuestros propios hijos, capaces de perdonarnos todo, de amarnos sin condiciones con todas las imperfecciones que traemos con nosotras y con todo el asombro.

Hablas de tu separación y de cómo tu hijo, los libros y la escritura te mantuvieron a flote. ¿Cuánto hay de curación (o no) en la creación y en la maternidad?

Honestamente te diré que empecé a escribir Escritoras porque necesitaba dinero. El dinero, la ausencia de dinero, ha marcado mi existencia y, lamentablemente, también mi carrera como escritora. Hasta ahora he escrito todos mis libros porque necesitaba el dinero de los adelantos, ese pequeño desahogo que supone. Los escribí con todo mi ser, mi amor, mi entrega, metiéndome de lleno en ellos porque eran una manera de no dejar de creer en mí, pero no recuerdo haber vivido nunca fuera de la precariedad. Ahora, por primera vez en años, estoy escribiendo un libro que no parte de un encargo ni de una necesidad económica, sino de una idea, de una emoción. Me está costando, no tengo editora ni editorial y estoy siguiendo mi intuición como puedo, entre los ratos que me deja la crianza y esos otros trabajos que tienen que ver con lo literario, pero no exactamente con escribir lo que una quiere escribir. Si no me hubiera hecho madre, no estaría escribiendo lo que estoy escribiendo ahora. ¿La escritura cura? No lo sé, cuando escribo un libro permanezco en un estado alterado, no soy yo misma del todo y soy más yo que nunca. Y es que nunca he escrito y nada más. Imagino que, a mucha gente, a la mayoría de las escritoras les sucede lo mismo: la escritura es algo que no se pude dejar de hacer, pensarse desde ahí, analizar y observar el mundo y a los demás y, a la vez, tener que vivir.

 

Fuente: Pikara Magazine
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