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‘Yo sí te creo’, en una sola voz, así se vivió el 8M en Veracruz


 

Veracruz / Ana Alicia Osorio ().- Esta no es la primera marcha por el día de las mujeres que cubro como periodista. Ni la segunda, ni la tercera (es más ya perdí la cuenta). Pero en cada una de las que me presento puedo sentir la emoción que emana de las participantes.

Un cúmulo de emociones en las que puedo pasar de un momento a otro de esas ganas de saltar cuando todas coreamos “el que no brinque es macho”, a esas ganas de llorar cuando alguna toma el micrófono para contar su historia de injusticia y todas nos solidarizamos al grito de “yo sí te creo”.

Es 2022, aún estamos en pandemia y se nota en los cubrebocas que hacen que se tape la mitad de la cara de cada una de las participantes; pero ese pequeño pedazo de trapo no cubre la sonrisa en los rostros, los ojos que se llenan de lágrimas, no cubre el abrazo que nos damos o la impotencia que nuestros carteles reflejan.

Es 8 de marzo 2022 y me tocó cubrir la marcha en el Puerto de Veracruz y aunque ya ha habido muchas que juntan a muchas mujeres, aún así me sorprendí cuando llegué antes de la hora en que citaron y ya eran cientas, quizá miles quienes estaban en el punto de reunión. Tantas que algunas hablaban por teléfono intentando encontrar a su amiga con quien se habían quedado de ver en el lugar de inicio pero que por la multitud es imposible localizar. Soy muy mala calculando los números, pero las imágenes no dejan lugar a dudas: las mujeres nos unimos, salimos a la calle para exigir que cese la violencia.

Los contingentes se formaron poco a poquito en la calle, primero las familias de las víctimas, quienes aún piden justicia por los feminicidios de sus hijas, sus mamás, sus hermanas, sus amigas. Claudia, Yesenia, Luz Delia, Vera, Monse. Algunos nombres nuevos, pero casos viejos, mujeres que recién salen a marchar por sus hijas. Otros nombres que ya conozco, ya he visto año tras año, marcha tras marcha, y que el caso aún no avanza.

Le siguen las mujeres que llevan consigo alguna consigna, las que buscan denunciar algún caso, las que portan carteles exhibiendo a su agresor, las que acompañan a sus amigas tomadas de la mano o se colocan listones a sus pantalones que las unen para no separarse. Al final las mujeres que son acompañadas por hombres.

Marchando llegaron los coros, los gritos, la alegría. Llega el compartir carteles si alguna no trae. El pegar los cartelitos en la calle, en el muro del bulevar, ayudada de amigas y desconocidas. Llega el cubrirse las espaldas, el caminar lado a lado, el brincar, el gritar, el reír, el cantar.

 

 

Llegó el acompañarse, el advertir que no seguiremos calladas. Llegó el momento en que unidas nos sentimos más fuertes.

Ya en el punto final de la marcha y con una gran bandera morada ondeando al fondo vino el momento que es el más triste pero quizá el más poderoso. El punto en el que siempre me dan ganas de llorar.  El momento en que quienes han sido víctimas alzan la voz y así ante miles de ojos, ante miles de hermanas recién encontradas, cuentan sus historias de violencia.

Así el compartir se convierte en un momento de sanación en el que quien comparte sabe que no es solo un problema suyo, sino que ahora todas están de su lado. Así miles aguantan el llanto (o lloran) por la rabia de un hecho que le pasó a alguien que conocieron hace unos minutos, pero que saben no es exclusivo de ella y no la dejarán sola.

El piso da cuenta de la marcha, queda como un testigo silencioso de las denuncias que son plasmadas en él, como un espacio donde exhibir a los agresores. El piso y los corazones de cada una de las mujeres que marcharon y que saben nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio.

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