María Enriqueta Burelo Melgar originaria de Chiapas ha sido Coordinadora del Programa de la Mujer, Consejo Estatal de Población 1984, Fundadora del Departamento de Género, UNACH y fue Secretaria Municipal de la Mujer, Tuxtla Gutierrez ( 2015-2018). Se ha desempeñado como articulista y conductora de televisión. Colaboró en el libro Desde mi Piel, un retrato de 20 políticas chiapanecas en el 2015.
Por la Cuarta | Enriqueta Burelo Melgar
No se juguetea con el amor. A cualquier edad puede uno vivir y sufrir una pasión amorosa que destruye el corazón, el cuerpo y el alma, y lo más trágico es vivir su dimensión enajenante. Entendiendo enajenar como enloquecer, desatinar, descarrilar o delirar, privar del juicio o del razonamiento. La literatura nos ofrece muchos ejemplos de pasiones amorosas, más que pasiones, tragedias, y cuyos principios siguen vigentes hoy en día, a pesar de que las mujeres gozamos de más derechos, mas libertades, todavía el vértigo de la pasión y el amor romántico nos enloquecen y podemos terminar victimas de ese embrujo bajo las ruedas de un tren, de un balazo en la sien, o víctimas de la violencia de género, la cárcel nos las fabricamos nosotras mismas, un texto inmortal Anna Karenina, se convierte en una buena excusa para mirar con ojos de violeta, lo que conocemos como pasión amorosa.
En la Rusia del siglo XIX, el divorcio y la infidelidad eran parte de la vida privada de la aristocracia; sin embargo, en las calles o en los bailes se volvía el cotilleo favorito de los asistentes, pues Tolstoi supo mostrar a una sociedad vacía y superficial que sólo juzgaba la vida de otros sin importar el daño que esto provocara. Un patrón que en la actualidad aún se repite; solemos vivir para los demás, respiramos el mismo aire y las mismas ideas ahogados en un miedo irracional a ser diferentes y salirnos de los cánones que los códigos de conducta establecen, a dejar que la opinión de los otros invada nuestra vida y entonces nos negamos a disfrutar lo que en realidad deseamos.
Una sociedad impone la concepción de lo que debe ser la «felicidad». Nos programan desde pequeñas para seguir lineamientos establecidos durante siglos en lugar de hacerlo por convicción. Se heredan prejuicios y crecemos con los paradigmas marcados de lo que es «bueno» y «malo», pero sólo si nos alejamos de todo esto es posible ser felices. ¿Cuántos de nosotros en realidad vivimos para complacernos?
Anna, como muchas mujeres en la época de los zares y en cualquier época, sólo deseaba ser amada como ella amaba, quería una vida llena de emoción. Tenemos un impulso a buscar algo más pero muchas veces la sociedad nos frena al intentar perseguir nuestros deseos y no los seguimos por miedo al rechazo. Anna llegó a su trágico final después de abandonarlo todo: un esposo y un hijo. Se quedó sola por querer vivir un amor y sentir lo que es estar viva, pues ante los ojos de los otros ella tenía la culpa de doloroso final que la aguardaba.
Anna Karenina se condenó por su empeño en querer a quien no la podía querer. Ese es su síndrome, el que sufren los que aman ciegamente, es decir, sin darse la oportunidad de encontrarse con el otro. Aman una idea y aman sus propias sensaciones. Pero no se dan cuenta de quién tienen delante, porque solo pueden ver su propio reflejo, como Narciso. Embriagados por la euforia confunden el amor a sí mismos con el amar.
No nos educan para amar libremente, para amar sin ataduras, para no caer en ese laberinto que es el amor romántico que nos hace actuar absurdamente “debería dejarle, pero no puedo porque le amo/porque con el tiempo cambiará/porque me quiere/porque es lo que hay”. Es un “amor” basado en la conquista y la seducción, y en una serie de mitos que nos esclavizan, como el de “el amor todo lo puede”, o “una vez que encuentras a tu media naranja, es para siempre”, en lo particular desteto la frase de soy tu media naranja, no somos complementos, hombres y mujeres somos seres completos no andamos en busca de nuestra mitad, es más ni siquiera soy el limón para tu tequila.
Es válido en el terreno del aprendizaje sufrir un poquito, pero solo un poquito en nuestros amoríos adolescentes, cuando nos vemos escondidas, mojamos la almohada o lloramos bajo la regadera, si el chavo nos dejó en visto, bueno eso en estas época, en mis tiempos, si no nos había llamado el fin de semana, si fue a la misa en otra iglesia, si fue muy amable con alguna chava, en fin situaciones reales o imaginarias que nos hacían sufrir, cuando esa sufrimiento se prolongaba, supe de casos de amigas que llegaron a tomarse unas cuantas pastillas y afortunadamente lo más que lograron fue quedarse adormiladas un rato en esos estúpidos pactos, que solo una de las partes cumple, era la época donde el síndrome no era Ana Karenina, sino Romeo y Julieta de Zeffirelli, el máximo mal ejemplo del amor romántico ya que los amantes se suicidan por amor y por error, pero terminan ambos muertos, la otra película era Love Story cuya frase matadora era: Amor es nunca tener que pedir perdón.
El amor romántico nos promete mucho, pero también nos llena de infelicidad cuando nuestras expectativas no se cumplen y nos convierte en seres dependientes, chantajistas y victimitas, pero también, este “amor” nos lleva a los infiernos cuando no somos correspondidas.
No las estoy invitando a que se divorcien sino a que tomen de ejemplo el hecho de que a las personas que se casan por segunda vez parece irles mejor cuando han superado la etapa del hiper-romance. Un estudio reciente concluyó que hay tres factores principales para el éxito de un matrimonio: el consenso de pareja, el apoyo social y la estabilidad financiera. Pero también, hay muchas mujeres que continúan buscando el amor romántico y van por el tercero “a la tercera es la vencida” o no hay “quinto malo”, algún día aprenderán.
Yo le apuesto al amor, pero al amor free como dice un amigo, libre de ataduras, más que nada con uno misma, es vital amar, y es esencial mantenerse amando, como la capacidad de estar con alguien y ser libre con alguien. Y también hay quien escoge un romance de por vida con uno misma, y de vez en cuando unos amarres, también es muy valido. El amor le abre las puertas a la vida y yo creo en la vida.