Por Adele Belitardo
El género es una capa innegable de desigualdad en las ciudades, que marca de manera distinta y efectiva la experiencia y la vida cotidiana de hombres y mujeres en los entornos urbanos. El alumbrado público es crucial para garantizar espacios más inclusivos e igualitarios, y muchas veces no se planifica desde una perspectiva de género.
Los espacios públicos mal iluminados refuerzan la sensación de miedo en estos entornos y deben ser repensados para promover ciudades más seguras, especialmente para las mujeres. Con más de la mitad de la población mundial viviendo en áreas urbanas –un escenario que se espera que aumente– ¿cómo podemos hacer que los espacios públicos sean más seguros y cómodos para que todos puedan disfrutarlos y acceder a ellos por completo?
Las ciudades son producciones culturales vivas que reflejan los valores y principios de una sociedad. Sus formaciones y construcciones se han basado en una experiencia masculina dominante y encalada. El urbanismo, uno de sus principales instrumentos de acción y transformación, suele pensar y diseñar los espacios desde una perspectiva masculinizada sin considerar la pluralidad de cuerpos y existencias que los disfrutarán y se apropiarán de ellos.
Según el ranking mundial de violencia contra las mujeres de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2020, Brasil tiene una de las cifras más altas de feminicidios. La arquitecta y urbanista Raquel Rolnik señala que el miedo es un elemento estructurante en la relación de las mujeres con las ciudades. Rolnik defiende la importancia y urgencia del urbanismo femenino y feminista que interviene para reelaborar este modelo arraigado en la sociedad y que abre nuevas perspectivas para una acción inclusiva que promueva espacios públicos libres y seguros.
En el mes de Marzo, cuando celebramos a la mujer, es importante reflexionar sobre cómo se construyó el entorno urbano, lo que implica experiencias distintas en cuanto a hombres y mujeres. También se superpone con raza, hombres y mujeres blancos y negros. Hay que decir que la ciudad refleja, amplifica y reproduce una mirada blanca, masculina, de quienes la concibieron, que corresponde exactamente a quienes históricamente ostentaron el poder de determinar cómo se organizan los espacios urbanos, a su imagen y semejanza. Es decir, en base a las necesidades de los sujetos masculinos. Por ejemplo, la movilidad, que es muy determinante para la conformación de la ciudad, se piensa desde la relación hogar-trabajo desconociendo la multiplicidad de rutas que la mayoría de las mujeres tienen que tomar. — Raquel Rolnik
La aprensión de caminar por una calle mal iluminada forma parte del día a día de innumerables mujeres, especialmente de aquellas menos favorecidas social y económicamente. Define muchas de sus rutas y horarios diarios, afectando directamente sus derechos de ir y venir. El comportamiento más común adoptado para los sistemas de alumbrado público suele estar asociado al tráfico rodado para facilitar la visibilidad y la conducción en las principales calles y avenidas, reafirmando un urbanismo que históricamente privilegió este modo de transporte en detrimento de otros usos y prácticas en las ciudades. La iluminación es un elemento fundamental para promover una mayor seguridad en los espacios públicos, relacionada con la vigilancia personal, que engloba la capacidad de una persona para ver y ser visto por los demás, además del propio uso de estos espacios, muchas veces infrautilizados por la noche.
El informe Ciudades Seguras y Espacios Públicos Seguros de ONU Mujeres, publicado en 2017, indica que invertir en infraestructuras urbanas como un mejor alumbrado público es una de las claves para garantizar espacios más seguros e inclusivos para las mujeres, especialmente en los países emergentes. Una investigación realizada en ciudades como Kampala, Uganda, mostró que en 2016 solo el 8% de las calles y carreteras pavimentadas estaban iluminadas y que el 79% de las mujeres se sentían inseguras al caminar por la ciudad. Las iniciativas llevadas a cabo en Nueva Delhi, India y Port Moresby, Papúa Nueva Guinea, demostraron que la mejora de los sistemas de alumbrado público en determinadas zonas fue uno de los factores que elevó la sensación de seguridad en estos espacios y generó una disminución de la violencia contra las mujeres.
La Agencia Francesa de Desarrollo (AFD), en asociación con CoM-SSA, Pacto de Alcaldes en África Subsahariana, desarrolló una «Guía de usuario de alumbrado público sensible al género» para ayudar a los municipios a implementar sistemas de alumbrado público. Consideran cuestiones de género e involucran a las mujeres a lo largo del desarrollo y discusión de estos proyectos. Varias medidas se describen y detallan en la guía en un proceso paso a paso. Abarca desde la organización inicial del proyecto hasta su seguimiento y evolución. Entre las directrices están la formación de equipos especializados y la búsqueda de financiación; consulta pública y elección de tecnologías financiera y ambientalmente viables; definiciones legales; la compra, instalación y prueba de equipos y el seguimiento de la operación después de la implementación.
Los beneficios de los sistemas de iluminación sensibles al género incluyen: mayor eficiencia energética, económica y ambiental, ya que el uso de nuevas tecnologías, como los LED, puede proporcionar una iluminación más adecuada al mismo tiempo que reduce el consumo de energía y el gasto público; una disminución de la violencia de género; un aumento de la seguridad y la armonía en los barrios; y mejora en la relación entre la sociedad y el gobierno.
La reelaboración de sistemas de alumbrado público sensibles al género, por tanto, constituye un elemento fundamental para promover la integración e inclusión social, la sostenibilidad y el empoderamiento social y político de las mujeres.
Traducido por Piedad Rojas