María Enriqueta Burelo Melgar originaria de Chiapas ha sido Coordinadora del Programa de la Mujer, Consejo Estatal de Población 1984, Fundadora del Departamento de Género, UNACH y fue Secretaria Municipal de la Mujer, Tuxtla Gutierrez ( 2015-2018). Se ha desempeñado como articulista y conductora de televisión. Colaboró en el libro Desde mi Piel, un retrato de 20 políticas chiapanecas en el 2015
Por la Cuarta | Enriqueta Burelo Melgar
Entre la Autoestima y el Bisturí
Hablar de autoestima femenina en esta época y en cualquier época no es fácil, las mujeres hemos vivido en razón a modelos externos que nos marcan el cómo ser, cómo actuar, cómo vestirnos y nos vamos quedando atrapadas en un mundo que nos es nuestro, que nos recuerda el libro de Ira Levin, transformado en la película Las esposas de Stepford,un argumento ciertamente interesante: mediante la biotecnología es posible reprogramar a mujeres exitosas y competitivas, para transformarlas en el ideal de esposa americana, ardiente y servicial.
Por otra parte, en un mundo donde el cirujano plástico es el rey de reyes, y donde las operaciones donde nos acomodan bandas, nos cortan un pedazo de estómago para que recobremos nuestro peso juvenil, quienes alguna vez fuimos varitas de nardo o dan vida a nuevos cuerpos para quienes han vivido atrapadas entre el sobrepeso y la obesidad mórbida, ha hecho que alguien con crueldad y cinismo diga: «no hay mujeres feas, solo pobres» ya que estas operaciones no están incluidas en el Seguro Popular.
Por otra parte nosotras, mujeres feministas, con más o menos éxito profesional y con cierta autonomía, que vamos entre los vaivenes de lo fácil, de la compra de la crema de ingredientes mágicos o los masajes de a 18 meses sin intereses, leemos a Marcela Lagarde, y nos preguntamos: ¿Sentimos empatía hacia nosotras y somos capaces de valorarnos aunque no encajemos con el simbólico prevaleciente en el mundo? ¿Somos capaces de hurgar donde sea para encontrar con quienes sí encajamos y vinculamos para sentirlo? ¿Tenemos juicios propios y valores surgidos de nuestra experiencia o nos regimos por los valores vigentes y los juicios de las otras y los otros?
¿Qué nos enoja o entristece de nosotras mismas? ¿Qué nos enternece y conmueve, y qué nos moviliza para damos apoyo? ¿Qué tanto conocemos nuestras necesidades más urgentes, y cómo reaccionamos ante ellas? ¿Por qué posponemos lo que más necesitamos o qué nos hace anticipar a la necesidad misma? ¿Dónde radica el goce de ser? ¿Qué nos hace sentir vulnerables? ¿En qué reducto anidan el desánimo, el abandono y el desaliento? ¿En qué signos depositamos nuestra confianza? ¿Qué valoramos de nuestra persona?
Reconocer la autoestima, como amor a sí misma y como amor propio, es tan difícil como hacernos la liposucción o una cirugía plástica, corremos riesgos, utilizamos diversas técnicas, las feministas ortodoxas van al psicoanálisis a soñar en el diván por los siglos de los siglos, hay quienes como yo recurrimos a la Gestalt, nos gusta el aquí y el ahora, vamos a talleres de Constelaciones Familiarias para romper círculos ancestrales, otras escogen yoga, o hay quienes hasta se pasan el huevo todos los días y se hacen limpias si tiene mal aspecto o quienes logran ese empoderamiento a través de la lectura.
Y de repente cuando te sientes en los cuernos de la luna, se atraviesa un galán y ya encarrerados te dice: «me gustas toda tú, pero si te subes un poquito el busto y te compones tu ojito que no sabe si mira pa Chiapa o pa Berriozábal y bajas 10 kilos, te sentirías mejor, tendrás la autoestima más alta». Él generosamente lo hace por ti, pero quiere tener a la mujer perfecta, me pregunto ¿por qué no la busca por otro lado?, la que tenga los 10 kilos menos, los ojos bien alineados y el busto mirando para arriba, de esos que te pones un lápiz debajo de ellos y no se sostiene se cae, son los senos perfectos, pero no, está enamorado de ti, y tu autoestima se va por los suelos y ya están pensando cuánto cuesta la cirugía de senos.
Y volvemos al principio, a releer a la Lagarde: La autoestima es, consecuentemente, una experiencia ética de fidelidad a una misma: una experiencia que fluye y se transforma en permanencia. Simboliza la máxima transgresión del orden hegemónico que prohíbe tal autoestima a las mujeres en rango de tabú. Construir la autoestima es vivir, de hecho, bajo las pautas éticas del paradigma feminista, es ser libre. La política feminista plantea como aspiración a que, además de ser libres, las mujeres vivamos en libertad. Luce tan fácil, cuando lo leemos, que decimos a vivir con libertad desde mañana.
Quisiera sentirme como el poema de Gioconda Belli:
Soy llena de gozo, llena de vida, cargada de energías, como un animal joven y contento. Viviendo Libre.
Como conclusión, me quedo con lo expresado por Gloria Steinem en La revolución desde dentro un libro sobre la autoestima (1995). En esta vertiente, ella coloca el proceso de transformación de la autoestima en la dimensión de una revolución y, por analogía, la valora como equivalente y tan necesaria como la revolución.
Definitivamente lograr la autoestima es hacer la revolución, ya entendí.