Gina Potes, directora de la Fundación Reconstruyendo Rostros de Colombia y superviviente de un ataque con ácido.
Paula Blanco (El Salto Diairo).- Un día como cualquier otro, Gina Potes paseaba por la calle y un hombre le tiró ácido al rostro, quemando así su cara, pero también a su hijo de tres años y a su hermana. Tenía 20 años cuando se convirtió en la primera mujer registrada en Colombia como víctima agredida con agentes químicos, un título que le cambiaría la vida desde la primera hasta las casi treinta cirugías por las que ha tenido que pasar. Ahora, a los 43 años, se ha convertido en el “ángel” de muchas mujeres que han sufrido un ataque similar en Colombia, uno de los países con más agresiones de este tipo, según el Instituto Nacional de Medicina Legal, entre 2010 y 2012 hasta 295 agresiones con agentes químicos tuvieron lugar en Colombia. Su fundación Reconstruyendo Rostros es un referente en el mundo gracias a sus métodos de prevención y sensibilización que han puesto en marcha por todo el país.
¿Cómo nace la fundación?
La Fundación Reconstruyendo Rostros nace de una realidad y una causa que se llama Gina Potes, siendo ella, o siendo yo, la primera mujer quemada con ácido en Colombia a los 23 años. Nace de la necesidad, del dolor, de derechos vulnerados, nace de una tragedia personal y también familiar. A esta iniciativa se sumaron otras causas, muchísimas en la misma situación que yo y que cuando nos encontrábamos nos dábamos cuenta de que el hilo conductor siempre era el mismo: primero la violencia basada en género y segundo la desatención de sus derechos. Científicamente nos interesaba la salud, la justicia, el derecho a la vivienda… todos los derechos que te puedas imaginar los llevamos en esta fundación.
Una de las primeras intenciones era nacer con idea política porque en el código penal no estaba este delito como tal y la violencia contra las mujeres quedaba sencillamente como elecciones personales. Gracias a este trabajo logramos que en 2013 se promulgara la primera Ley 1639 donde específicamente se hablaba del tema.
Para que las personas salgan de estas situaciones deben ser conocidas a través de la violencia patriarcal que es realizada con agentes químicos
¿Qué aporta la Ley 1639 de 2013?
Es una ley de tratamiento de las víctimas, es un protocolo de atención en urgencias a víctimas atacadas con agentes químicos. Es preferible decir “víctimas atacadas con agentes químicos” a “víctimas quemadas con ácido” porque es necesario hacer incidencia en el lenguaje. En los medios aparecía siempre “una víctima quemada con ácido” y de esta manera se estaba reeducando al agresor y dándole ideas de cómo lastimar a las mujeres, es un efecto boomerang.
¿Cómo consigue una víctima de ácido reconducir su vida?
Dura mucho tiempo, para algunas un año; para otras, meses, para otras se hacen cortos y lo llevan de una manera u de otra. El ataque deja a las víctimas en un estado de soledad y de falta de reconocimiento. Yo siento que las víctimas, al no recibir ese apoyo necesario, hacen mucho más difícil el salir adelante porque se pierde la identidad. Porque esto es lo que hace el ataque, robarle la identidad a la persona, y recuperarla nuevamente requiere de un apoyo, de una instrucción en la parte de salud. Y es muy difícil porque al agresor no le cogen con las manos en la masa y eso hace difícil que después escuchen a la víctima y acaba sintiendo un vacío grande, por eso necesita apoyo.
¿Cuál es el impacto que sufre la familia de la víctima?
Siempre digo que no solo queman a la víctima, también queman a la familia. En mi caso me quemaron a mí, a mi hijo que en ese momento tenía tres años y a mi hermana, pero al final quemaron también a mi madre, a mis hermanas y los quemaron a todos porque la desolación y la vulnerabilidad eran de todos. Y aparte las necesidades porque todos caímos en el dolor, en la tragedia, en la urgencia de no tener para la cirugía, de no llegar al hospital, de no tener a nadie que nos escuche y que llevase la parte psicosocial. La salud mental nunca se cuidó y por eso nosotros apoyamos esta parte porque tiene que haber un cambio social, tiene que haber una transformación que realmente den unas soluciones instantáneas, y no momentáneas, que les ayuden en sus procesos.
La parte de la salud mental es lo más necesario en estos casos.
Nosotros ahora con la Universidad El Bosque nos estamos ocupando de la sesión protocolar especial de salud mental a víctimas y familias. Definitivamente para que las personas salgan de estas situaciones deben ser conocidas a través de la violencia patriarcal que es realizada con agentes químicos. Es el primer paso y este proceso debe hacerse con una persona y con la familia para poder salir de esta situación.
Además del apoyo quirúrgico hacéis campañas de sensibilización, ¿qué más labores hacéis?
Hacemos talleres de resiliencia y empoderamiento de las mujeres. Para los hombres trabajamos en el tema de la masculinidad porque no es solo un tema solamente de mujeres, es también un tema de hombres e incluso algunos deben tener un despertar y ser conscientes de que nosotras no tenemos la culpa. Tenemos estos programas que se llaman “Mujer 4X4” y “Ama” de las masculinidades. También trabajamos todo el tema de responsabilidad social empresarial de las conductas asertivas.
El cuerpo de las mujeres es el arma de guerra en Colombia en muchos sentidos
¿Cuál es vuestro trabajo con los hombres?
Hay hombres que también han sido agredidos, no con la misma intencionalidad, pero igualmente es una agresión, es una cicatriz, digamos que las consecuencias son las mismas. Hemos notado que hay hombres agredidos que lo invisibilizan mucho, no lo hablan demasiado y no sé si es porque piensan que es un tema solo de mujeres o porque les da pena para hablar del tema, no sé realmente la razón por la que actúan así. Y las mujeres también hemos aprendido a abrirnos, yo me levanté y vieron que no eran las únicas, que había otras mujeres en la misma situación, y empezamos a levantarnos.
¿A qué crees que se debe este tipo de agresión hacia las mujeres?0
Es un sistema de control que se quiere poner por encima del cuerpo, del territorio de las mujeres. En Colombia hay machismo y es algo que se ha construido a lo largo de la historia, culturalmente es machista. El cuerpo de las mujeres es el arma de guerra en Colombia en muchos sentidos, es precisamente eso es lo que se quiere apagar. Se quiere apagar nuestra voz, y como aún no hay las herramientas necesarias, continúan esos círculos de violencia de dependencia ecológica, emocional, patrimonial y económica y ellas al final quedan expuestas.
¿Qué papel tiene la belleza en la violencia de género?
La intencionalidad del agresor es desfigurar, es borrar, es quitar la identidad. Con eso, ¿qué les dicen a las víctimas? “Si no es para mí, no es para nadie, quién la mandó ser tan bonita”. Esta es la respuesta que dan siempre los agresores. Este tipo de violencia cuando actúa, cuando no recepciona las denuncias, cuando no se escucha a las mujeres, hacen que al final acaben siendo solo estadísticas.
¿Se conoce a los agresores?
Normalmente aquí en Colombia siempre saben quién las ha agredido, lo que pasa es que se paga a otra persona para que realice el ataque, pero las mujeres siempre sabemos por quién hemos sido agredidas. Creo que en el 95% de los casos las mujeres lo saben siempre.
Pero en tu caso no lo sabías.
En el fondo sí, siempre tuve la sospecha de saber quién era, lo que pasa es que la justicia nunca me acompañó en el proceso, me dejó sola. Me dejó mucho más vulnerable de lo que ya estaba y el proceso se quedó en un archivo de un escritorio. Nunca me dieron una respuesta.
¿Algún caso consigue seguir adelante?
Yo conozco cuatro casos que han tenido justicia, por así decirlo, donde el agresor tuvo condena, por ejemplo, el agresor de Natalia Ponce de León. Hace poco salió el agresor de una chica que al final recibió nueve años de condena, creo que es el primer caso que tuvo una condena, estuvo dos años en la cárcel y salió. Otros tres o cuatro casos más han tenido una respuesta jurídica, pero no lo suficientemente importante para generar un impacto. Es que la respuesta es absurda. En el caso de Natalia Ponce de León se hizo justicia porque era ella, era una niña de la alta sociedad y son esos casos los que salen a flote, pero la mayor parte de las mujeres son amas de casa, que trabajan en las oficinas y que no tienen unos conocimientos suficientes para recibir esa clase de respuesta.
En 2016 se promulgó la Ley 1773 o Ley Natalia Ponce de León que endurece las medidas contra los agresores y protege a las víctimas de ataques de ácido. ¿Crees que ha sido efectiva?
Desafortunadamente no hay una buena interpretación de la norma, la Constitución no cumple al cien por cien con lo estipulado en la ley, entonces esto se termina quedando en un tema de saludo a la bandera y nada más, no da las herramientas necesarias para la atención a las víctimas y a sus familias. Pueden ser que estén ahí escritas, pero no como interpretación, no se cumplen las normas y la ley nos deja mal paradas porque estás a la espera de algo que no se nos está dando.
Hay una limitación en la sanidad a la hora de atender a estas víctimas de agentes químicos…
Claro que sí y esto está en conocimiento de los profesionales de la salud. Siguen faltando sobre todo temas de sensibilidad y conciencia frente a las herramientas que se han generado para este tipo de situaciones y para la atención de las víctimas. Creo que las herramientas ya están dadas, las normas ya están, pero sigue existiendo una falta de compromiso, de responsabilidad frente a lo que ya existe por parte de la decisión.
¿Ha sido suficiente el apoyo del Gobierno?
Ha sido totalmente limitado y victimizante. Victimizante por culpar a las supervivientes, a nosotras, y terminan siendo cómplice de los agresores cuando no nos dan unas respuestas, no cuidan, no garantizan los derechos de las personas. Nosotras nos levantamos y empezamos a buscar respuestas, pero el Gobierno es el que cierra la obligatoriedad de darnos todas esas respuestas y garantizarnos una ley de derechos e integridad para nosotras. Pero eso desafortunadamente no pasa. Se ha hecho un buen trabajo, no estoy diciendo que no ha hecho nada, pero lo ha hecho porque nosotras hemos estado ahí, las organizaciones sociales, a lo que yo me refiero es que eso no ha tenido el alcance real frente a la atención a víctimas y a sus familias.
¿Cómo crees que podría mejorar esta situación?
Lo que hay que hacer es tener un poco más de conciencia y un poco más de sensibilidad frente a estos procesos, ver las condiciones de tristeza y abandono en las que se presentan estas personas y sus familias, porque forman parte de las víctimas, y también las barreras a las que se enfrentan cada día, en el sector laboral, en el judicial, en la reparación, en la salud.