María Enriqueta Burelo Melgar originaria de Chiapas ha sido Coordinadora del Programa de la Mujer, Consejo Estatal de Población 1984, Fundadora del Departamento de Género, UNACH y fue Secretaria Municipal de la Mujer, Tuxtla Gutierrez ( 2015-2018). Se ha desempeñado como articulista y conductora de televisión. Colaboró en el libro Desde mi Piel, un retrato de 20 políticas chiapanecas en el 2015.
Por la Cuarta | Enriqueta Burelo Melgar
En estos momentos de voltear a ver a nuestras ancestras, al releer el prólogo de Los Monólogos de la Vagina, no puedo menos que rendir un homenaje a Gloria Steinem, quien, según yo, a sus 88 años sigue dando lata a las conciencias, con gran sentido del humor señala que ella pertenece a la generación del «ahí abajo». Es decir, ésas eran las palabras – pronunciadas rara vez y en voz baja– que las mujeres de mi familia usaban para referirse a todos los genitales femeninos, ya fuesen internos o externos. No es que desconocieran términos como vagina) labios) vulva o clítoris. Por el contrario, estudiaron magisterio y probablemente tenían más acceso a la información que la mayoría. Ni siquiera se debía a que no fuesen mujeres liberadas o a que fueran unas «mojigatas», como habrían dicho ellas. Una de mis abuelas ganaba dinero escribiendo por encargo sermones –de los que no creía una palabra– para su estricta iglesia protestante y luego ganaba más apostándolo en las carreras de caballos. Mi otra abuela era una sufragista, una educadora, e incluso llegó a ser una de las primeras candidatas políticas, lo cual hizo cundir la alarma entre muchas personas de su comunidad judía. En cuanto a mi madre, había sido una periodista pionera años antes de que yo naciera, y siempre se preocupó de criar a sus dos hijas de manera más progresista a como la habían educado a ella. No recuerdo oírla utilizar ninguna de las palabras peyorativas que hacían que el cuerpo femenino pareciera algo sucio o vergonzoso, y estoy agradecida por ello.
En los templos y santuarios hindúes veía el lingam, un símbolo abstracto de los genitales masculinos, pero también vi por primera vez en mi vida el yoni, un símbolo de los genitales femeninos: Con forma de flor, de triángulo o de óvalo de dos puntas. Me explicaron que miles de años atrás, este símbolo había sido objeto de adoración por considerarlo más poderoso que su equivalente masculino, una creencia que se transmitió al tantrismo, cuyo principio central es la incapacidad del hombre para alcanzar la plenitud espiritual si no es a través de la unión sexual y emocional con la energía espiritual superior de la mujer.
Incluso la revolución sexual de los años sesenta sólo consiguió que más mujeres estuvieran disponibles sexualmente para un mayor número de hombres. El «no» de los años cincuenta simplemente fue sustituido por un «sí» constante y entusiasta. No fue hasta el activismo feminista de la década de los setenta cuando empezaron a surgir alternativas a todo
Por ejemplo, la forma de lo que llamamos «corazón» –cuya simetría se asemeja a la vulva mucho más que a la asimetría del órgano al que da nombre– probablemente sea un vestigio del símbolo genital femenino. Fue reducido, por siglos de dominación masculina, de ser un símbolo de poder a ser un símbolo de mero sentimentalismo.)
La cordura de las mujeres se salvó sacando a la luz estas experiencias ocultas, poniéndoles nombre, y transformando nuestra ira en acciones positivas para reducir y sanar la violencia. Esta obra teatral y este libro son parte de la oleada de creatividad fruto de esta energía surgida al contar la verdad.
La digo porque creo que no decimos aquello que no vemos, no reconocemos o no recordamos. Aquello que no decimos se convierte en un secreto, y los secretos a menudo crean vergüenza, miedo y mitos. La digo porque quiero sentirme cómoda algún día diciéndola, no avergonzada y culpable.
Necesitaba el contexto de otras vaginas… una comunidad, una cultura de vaginas. Están rodeadas de tanta oscuridad y secretismo… como el Triángulo de las Bermudas. Nadie nos manda jamás noticias sobre lo que ocurre allí. En primer lugar, ni siquiera es tan fácil encontrar tu vagina. Las mujeres se pasan semanas, meses y a veces años sin mirarla. Entrevisté a una ejecutiva dinámica que me dijo que estaba demasiado atareada; no tenía tiempo para eso. Mirarte la vagina, me dijo, supone una jornada completa de trabajo. Tienes que tumbarte de espaldas delante de un espejo vertical, preferiblemente de cuerpo entero. Tienes que colocarte en la posición perfecta, con la luz perfecta, que entonces queda ensombrecida por el espejo y por el ángulo en el que estás. Acabas hecha un nudo. Tienes que incorporar la cabeza, haciéndote polvo la espalda. Para entonces ya estás agotada. Ella no tenía tiempo para eso, me dijo. Tenía demasiado trabajo.