Por Consejo Multidisciplinario del OVIGEM
A lo largo de la historia en nuestro país, las mujeres han permanecido a la sombra del techo de cristal formado por el sistema patriarcal mexicano. Aun así, a través del tejido familiar y comunitario han sido parte de los pilares que sostienen el avance en todos ámbitos económicos, tecnológicos, sociales y políticos más relevantes del país.
Antes de entrar al punto álgido que pretende mostrar el presente texto, hagamos mención de algunos datos duros:
- Según la Organización Mundial de la Salud al 2020, más de mil millones de personas viven en todo el mundo con algún tipo de discapacidad, aproximadamente el 15% de la población mundial.
- De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020, en México hay 6 millones 179 mil 890 personas con algún tipo de discapacidad, lo que representa 4.9 % de la población total del país, de estas personas el 53% son mujeres y el otro 47% son hombres.
- En Puebla habitan 300 mil 150 personas con discapacidad, al igual que a nivel nacional, la proporción de mujeres con discapacidad es de 53% y la de hombres, con 47%.
El INEGI identifica a las personas con discapacidad como aquellas que tienen dificultad para llevar a cabo actividades consideradas básicas, como: ver, escuchar, caminar, recordar o concentrarse, realizar su cuidado personal y comunicarse.
Aunado a lo anterior, a nivel nacional existen 13 millones 934 mil 448 personas con algún tipo de limitación, en dónde 7 millones 496 mil 129 personas son mujeres. Sería interesante conocer el tipo de participación de las mujeres con discapacidad o con alguna limitación en comparación con los hombres tanto en el ámbito familiar y de cuidados como en los espacios públicos, académicos, culturales y políticos.
Si consideramos el tiempo como un concepto elemental que designa la medida del devenir o sucederse de los acontecimientos, constituye un punto central en todo sistema conceptual que pretenda ofrecer una interpretación global de la realidad. En los estudios de las inequidades de género se observa la forma en que mujeres y hombres ocupan su tiempo y representa una herramienta fundamental, pues es precisamente el acontecer cotidiano el que refleja tales inequidades.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) 2019, en México del tiempo total de trabajo (suma del trabajo remunerado y el no remunerado) de las mujeres, 66.6 por ciento corresponde a trabajo no remunerado de los hogares, 30.9 por ciento a trabajo remunerado y 2.5 por ciento a la producción de bienes para uso exclusivo del hogar. En los hombres, los porcentajes prácticamente se invierten, con 68.9 por ciento dedicado a trabajo remunerado, 27.9 por ciento a trabajo no remunerado y 3.1 por ciento a producción de bienes para uso exclusivo del hogar. La encuesta menciona, además, que las mujeres dedican casi 40 horas a trabajo no remunerado, más de 2.5 veces el tiempo que los hombres (15.2 horas).
Con estos datos podemos analizar cómo las actividades domésticas reflejan las mayores desigualdades de género al recaer directamente en las mujeres, quienes reducen el tiempo que pueden dedicar a otras. Este párrafo hace alusión a las mujeres que tienen alguna discapacidad y a las mujeres sin discapacidad que fungen como cuidadoras.
Ahora bien, ¿qué papel representan las mujeres con discapacidad en los medios de comunicación? Como emisoras son nulos los registros formales de la participación de las mujeres con discapacidad en este rubro, sin embargo, si nos remitimos al tejido social y comunitario, en dónde las anécdotas, experiencias, noticias de interés social a nivel comunidad, municipio, estado, nación y mundo, historias, el platicar el día con alguna persona conocida, entre otros espacios, podemos identificar que la comunicación informal, forma parte de este constructo y avance social; y es a través de la población con discapacidad que podemos conocer sobre su día a día, además de identificar que son parte fundamental del tejido social y por lo consiguiente de los valores humanos que se adquieren a través de una educación y acompañamiento desde casa, pero, las mujeres con discapacidad ¿tienen el mismo derecho a opinar desde el núcleo familiar?.
De acuerdo con el Manual de comunicación para la incidencia de mujeres con discapacidad, elaborado por las organizaciones Documenta y CIMAC, hay sexismo en la cobertura de las mujeres con discapacidad. Ejemplo de ello es que:
- El mayor rol representativo de la mujer es como sujeta, no obstante está más presente como víctima de violencia y discriminación que como vocera o especialista.
- Casi nula investigación periodística en torno a temas de mujeres con discapacidad (reportaje), la mayoría de textos son notas informativas y algunas entrevistas y crónicas.
- Los medios que tienen lenguaje respetuoso y con perspectiva de género es porque lo reproducen de plataformas especializadas.
- El modelo médico rehabilitador y el lenguaje discriminatorio siguen muy presentes sobre todo en medios locales a través de términos como: padece, sufre, capacidades diferentes, retraso mental.
- La discapacidad psicosocial y la intelectual aún no se identifican claramente en los medios, hay notas que hablan sobre mujeres que “padecen de sus facultades mentales” o que “tienen trastornos psiquiátricos”.
- En el lenguaje se presenta el sexismo al usar “personas con discapacidad” cuando la nota habla de mujeres con discapacidad o se nombra a las mujeres desde su rol familiar (hermana, hija, madre, esposa).
Actualmente, existen mujeres con discapacidad ocupando cargos relevantes, son líderes sociales y cabezas de familia, algunas redactando, comunicando, interpretando y creando ¿qué sabemos de ellas? ¿qué sabemos de las circunstancias reales y necesidades sociales para generar las condiciones necesarias para eliminar las dificultades de desarrollo humano por tener alguna discapacidad? ¿de qué manera reciben información precisa y que reúna las condiciones necesarias para comunicar de manera integral a toda la población?
Como receptoras de la información a través de los medios de comunicación, las tecnologías de la información, por muy simples que parezcan aún no están al alcance de todas, carecen de la perspectiva de inclusión y de género. Además, nos encontramos con distintas barreras como el idioma-lengua originaria que de entrada es una barrera de la comunicación asertiva, situación de pobreza que limita los alcances de pagar los servicios y herramientas de comunicación, niveles bajos de comunicación que impiden el desarrollo de una capacidad de escucha y crítica constructiva social y personal.
De igual forma, los servicios de salud que son insuficientes limitando los diagnósticos e impidiendo la cura o el tratamiento adecuado para un desarrollo funcional, el empleo que es reducido y de alguna manera condicionado a personas de apariencia normal –entendiendo como normal todo aquello que reúne características aceptadas por una sociedad y época determinada-, esos factores entre otros ejemplos, limitan el pleno goce de derechos humanos de las mujeres en condiciones de discapacidad y condicionan su desarrollo humano a lo que su entorno primario les puede brindar.
Es importante realizar un estudio profundo sobre las necesidades de comunicación de las mujeres con discapacidad en México, entendiendo que la comunicación es parte de un sistema social y, además, el derecho a la comunicación es la protección jurídica que reclama el derecho de todas las personas al acceso en condiciones de igualdad a la información y al conocimiento sin someterse a las leyes del mercado permitiendo la libre expresión de la ciudadanía.
La claridad y el consenso sobre estas desigualdades sociales no se entienden si es generalizado, el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación con indicadores para la inclusión de las discapacidades y con perspectiva de género facilitarán el ejercicio de este derecho. El derecho a la comunicación reclama la existencia de espacios tecnológicos y sociales abiertos para el intercambio de información, el debate y el diálogo democráticos, que faciliten la construcción de consensos e imaginarios colectivos, materialicen la participación y fortalezcan la ciudadanía.
Si la infraestructura, comunicación, sistema económico, educación y todos los ámbitos sociales estuvieran diseñados con perspectiva de igualdad e inclusión, las minorías, las discapacidades y vulnerabilidades simplemente no existirían y seguirían siendo parte de la vida personal. Un primer paso lo han dado las radios comunitarias, las cuales han contribuido a la reflexión sobre las condiciones de desigualdad que enfrentan las mujeres y han aportado herramientas para la transformación de patrones culturales que reproducen desigualdades.