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Verónica era enfermera y tenía 22 años cuando la asesinaron

La enfermería y obstetricia era su pasión


María José Serrano Carbajal (El Heraldo).- Verónica Soto Hernández, de 22 años, cursaba el servicio social de enfermería y obstetricia en el Hospital Militar de Especialidades de la Mujer. Su pasión: los bebés y las mujeres embarazadas; su motivación: darle una mejor calidad de vida a su familia.

Vero, como le decían de cariño, se graduaría de la carrera en la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia (ENEO) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en este enero. Soñaba con conseguir una plaza de tiempo completo en el Hospital Militar, una vez titulada.

Quien la conoció, diría que Verónica estaba completamente entregada a sus pacientes y ayudar a los más vulnerables, pues el vínculo que generaba con ellos era muy estrecho y cariñoso.

Su adoración era Simón, su perro, a quien rescató meses antes de su asesinato y con quien pasaba la mayor parte de su tiempo libre. Escribir, dibujar, leer y ver series eran sus pasatiempos; su mayor responsabilidad: la escuela, donde sobresalía con excelentes calificaciones, se posicionó como el tercer mejor promedio de su generación.

Vero salió a una fiesta y ya no regresó

Días antes de su feminicidio, la joven de 22 años estaba dudosa de asistir a una fiesta de disfraces en Naucalpan de Juárez, Estado de México, había sido invitada por “S”, una compañera de enfermería con quien había tenido una relación difícil, pues en alguna ocasión, su familia le había agredido física y verbalmente.

A pesar de no estar completamente convencida, Vero decidió asistir a la fiesta que organizaba “S”, junto con otras personas. Conocedora de lo difícil que era explicarle a su familia que la fiesta era con ella, prefirió no decir nada.

La madrugada del viernes primero de noviembre de 2019, Verónica se despertó para ir al hospital donde cursaba sus últimos meses del servicio social. Se despidió de su madre y le dijo que asistiría a una fiesta en la residencia de una amiga y ahí pasaría la noche para volver a casa el sábado por la mañana.

“Ella ya me había avisado que no iba a llegar, que iba a llegar el sábado temprano. Me despido de ella, se va al hospital y yo ya no vuelvo a saber de ella”, comparte Andrea Hernández, madre Verónica.  

Vero salió al mediodía del Hospital Militar y se trasladó hacia la zona del “Toreo”. Como no tenía saldo en su teléfono, pidió un celular prestado para mandarle un mensaje a su madre:

“Mami, podrías ponerme crédito por favor. Agarra de mi dinero, gracias”.

Verónica se dirigió a casa de “S”, ubicada en Naucalpan de Juárez, donde se maquilló, se planchó el cabello y preparó un disfraz para la fiesta: medias negras, blusa blanca salpicada de sangre artificial y una máscara de fantasma…

El comienzo de la pesadilla 

El tiempo siguió su marcha y fuera del mensaje a mediodía, Andrea no volvió a tener noticias de su hija, ella afirma que Vero siempre daba señales y encontraba la forma de comunicarse con ella, aunque no tuviese crédito o batería en su teléfono.

“Siempre cuando ella ya no tiene crédito o pila, pide un teléfono para comunicarse conmigo”, doña Andrea, habla de su hija en presente, como si aún viviera. 

La noche del viernes primero de noviembre, la señora Andrea trató de comunicarse con Vero, pero su celular estaba apagado. Llamó y llamó hasta las dos de la madrugada sin obtener respuesta.

Al día siguiente, desde muy temprano intentó localizarla, pero nunca entró la llamada. Alrededor de las nueve de la mañana, comenzó a marcar al celular desconocido por el que Vero le había mandado el mensaje el día anterior, éste pertenecía a la amiga con la que la joven dijo que estaría.

La chica contestó el teléfono y le dijo a la señora Andrea que Vero no estaba con ella, que no había hecho ninguna fiesta y que de hecho, se encontraba fuera de la Ciudad de México. Le confesó que su hija se había ido con “S”, fue en ese momento en el que el pánico se apoderó de la mamá de la joven de 22 años.

En ese momento sentí pánico y sin saber todo lo que estaba por pasar”.

Desesperada, doña Andrea contactó a las amigas de su hija para preguntarles si sabían dónde estaba. Ellas le ayudaron a localizar a “S”; sin embargo, esta persona no contestaba su teléfono y cuando por fin lo hizo, manifestó que también buscaba a Vero con otras personas y que en una hora le tendría una respuesta.

Andrea comenzó la búsqueda de su hija por todos los medios: llamó al Locatel, su familia la buscó en los hospitales y se levantaron reportes en redes sociales, pero no había rastro de la joven enfermera por ningún lado.

Doña Andrea decidió ir personalmente a buscar a su hija al lugar donde había sido la fiesta: calle San José, frente al número 8, colonia Capulín Soledad, Naucalpan de Juárez, Estado de México.

Mientras se encontraba en el lugar de la fiesta, buscando alguna pista del paradero de su hija, Andrea recibió la llamada que cambiaría su vida para siempre. Era la amiga más cercana de Vero; ella le informó que el cuerpo se encontraba en el Semefo de Naucalpan; había sido brutalmente asesinada.

El feminicidio de Verónica

Verónica Soto Hernández de 22 años, estudiante excepcional de enfermería y apasionada de la obstetricia, la asesinaron la noche del primero de noviembre de 2019.

Fue estrangulada con tal brutalidad que le fracturaron la tráquea, incrustándosela en el rostro. Su cuerpo fue hallado en un terreno baldío, cuadras antes del lugar de la fiesta. Yacía boca abajo con la cabeza de lado, presentaba quemaduras de cigarro en la cara, fuertes golpes en el cuerpo y marcas en las muñecas.

Su mochila, con su celular, su monedero y ropa, estaban en poder de “S”, pero cuando entregó las pertenencias, doña Andrea notó que no estaban sus lentes y al teléfono le faltaba la tarjeta de memoria, el cargador y sus audífonos indispensables para hacer llamadas -la bocina del aparato estaba dañada-.

La familia de Vero pasó toda la noche en el Semefo esperando a que liberaran el cuerpo, y a partir de aquel momento, comenzó la pesadilla de la revictimización.

 

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