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Violencia psicológica a … ¿escondidas?


Por Almendra Moreno- (Bendita Madre) vía Testigo Purpura

Hija, no te dejes atrapar

La única cosa más dolorosa que no tener voz es aprender de nuevo a desarrollarla, tras años de silencio forzoso. Una historia de violencia psicológica se asoma.

Ahora que estoy tratando de dar voz a lo que estoy viviendo, me asaltan no solamente las opiniones de la gente amada que se ha vuelto mi enemiga, pero mis propios hábitos como víctima: la culpabilidad por hablar en voz alta, de exponer a los que abusan de su posición y poderes, el miedo de ser expuesta, que es tan grande como el de ser ahogada y enterrada en un silencio eterno.

Y en medio de la tormenta, mi hija

Cuando me quedo callada, algo dentro de mí se culpa por haber sido silenciada tanto tiempo y seguir así. Cuando intento dar voz a mi verdad profunda, me culpo por exponer mi vida privada, a algunas personas que amaba tanto y en quienes confiaba. Me cuesta callarme, pero también hablar. En medio de esa tormenta tanto interna como externa, me mira mi hija de nueve años y dice: “Eres como Capitana Marvel”. Entonces me doy cuenta de que ya no me puedo callar y pienso que por ella debo encontrar la voz, la fuerza, el valor para decir la verdad.

Si quiero que tenga un futuro pleno, debe saber que sus derechos como mujer son expresarse para defenderse y ser escuchada. Aunque me cuesta, y a pesar de todo, hoy voy a hablar para ella. Hija querida, te dedico mi verdad. Espero que siempre puedas seguir y hablar la tuya. Te amo. Amo a mis cuatro hijos.

Un golpe de realidad

Me casé y formé parte de una familia donde mis suegros proveían económicamente de todo lo necesario. Este tipo de apoyo estaba siempre a mi disposición. Lo veía como un cuento de hadas. Pero mi abogada, interrumpió para siempre mi estado de hipnosis y, a cambio, me proporcionó gran claridad.  Una serie de preguntas hechas por mi psicóloga y otras más por mi abogada fueron la llave de mi libertad, de la verdad que durante años estuvo oculta para mí.

“¿Has podido trabajar?” No.

“¿Hubieras podido hacerlo de haberlo querido? No.

“¿Cuentas con dinero en efectivo?” No.

“Ahora mismo, ¿tus hijos y tú cuentan con acceso a salud?” No, tengo un adeudo con el pediatra y dentista.

“¿Tienes alguna propiedad a tu nombre?” No.

“¿Tus hijos cuentan ahora mismo con colegio?” No.

“¿Puedes continuar pagando tus estudios?” No

“¿Puedes pagar sus inscripciones para que inicien el ciclo escolar dentro de un par de meses?” No.

“¿Tienes documentación tuya y de tus hijos?” No.

“¿Esta es la primera vez que te pide el divorcio?” Nunca lo ha pedido, me lo ha impuesto y después decía que yo era lo más importante en su vida.

“¿Te pide disculpas?” Sí.

“¿Puedes pagar un abogado?” No.

“¿Has sufrido violencia sexual?” No sé. Un día me proponía hacer una cuarentena sexual; al siguiente no reconocía sus palabras y expresaba que yo no era digna de estar con él. Sé que después de tener relaciones él me hacía saber lo insuficiente que era, las carencias que tenía, que debía de hacer mejor las cosas y tareas de la casa mientras él estaba ausente… ¿eso es violencia? Muchas veces decía que no debía haber tenido relaciones porque le causaba migraña, que era mi culpa su dolor de cabeza, que se quedaba sin energía, que tenía tanto trabajo y no podía terminarlo por mi culpa. ¿Eso es violencia?

Llegué a creerle, aunque parezca insólito, cuando me decía que quizá mi último hijo no era suyo. Me culpaba con tanta seguridad y yo siempre había depositado mi confianza y respeto por él, por su familia, por sus métodos terapéuticos y estudios de alto grado. Siempre le había confiado mis penas, mis heridas más profundas.

Violencia psicológica al descubierto

No me daba cuenta de que él ejercía sobre mí algo llamado violencia psicológica, hasta que platiqué con  mi terapeuta mucho tiempo después y, al describirle mi situación, me explicó este término y muchos ejemplos sobre cómo se presenta de diversas maneras. Fue así como comprendí que muchas veces he sido, y todavía soy, violentada. Incluso, llegué a Googlear los tipos de violencia que existen.

Durante años, no reconocí lo que vivía y padecía, siempre creyendo en él, en su seguridad impecable, atropelladora, pero también en sus explicaciones sobre la información que le proporcionaban varios videntes sobre las situaciones pasadas y futuras, en las narraciones donde me contaba las pláticas con su bisabuela muerta, quien lo orientaba sobre lo que debía decidir y hacer. Hablaba de los mensajes de la bisabuela con mucha seguridad y le parecía insólito, absurdo, que YO pudiera poner en duda su afirmación, confirmada además por videntes, de que aseguraban yo esperaba un hijo que no era suyo.

Debido a esta razón, justificaba su maltrato y encontraba maneras para denigrarme constantemente, incluso para justificar su ausencia en el último parto. Sus padres trataron de mitigarla con su presencia; fue tan evidente que las enfermeras del hospital llegaron a pensar que mi suegro era mi esposo. Ese desprecio fue devastador y me dolió más que un golpe físico, aunque muchas mujeres piensen, como yo entonces, que la violencia solamente se presenta de manera física.

El “peso” del poder, contra una mujer

¿Cómo no creer en alguien que dice dominar el mundo entero, que dice no conocer las derrotas, que está seguro de poseer información sobre el futuro y, por lo tanto, de saber más que los demás porque es el mejor, alguien  que no expresa ningún lamento ni duda nunca? Además, su familia tiene poder, educación, seguidores: sus padres son figuras públicas, líderes de comunidades y expertos que imparten conferencias sobre el amor, la paternidad, la educación, las relaciones de pareja… Todo me indicaba que quien debía tener la culpa era yo, y entonces que efectivamente, más allá de la lógica, existía la posibilidad de que mi hijo no fuera suyo, aunque ha sido para mí, desde que me casé el único hombre con quien he tenido relaciones sexuales.

Estas palabras suyas sembraron el terreno para que dejara de invitarme a reuniones y excluirme por haber sido… ¿¿qué??, haber hecho ¿¿qué?? Me agredía diciéndome que podría hacerlo enojar o ridiculizarle frente a sus amistades. Culpándome de sus continuos fracasos laborales sin dudar de él mismo ni de su fama, por mi tiempo dedicado a los embarazos en vez de proveer dinero, aunque al mismo tiempo se presentaba como un hombre poderoso y exitoso económicamente, siempre había un doble mensaje.

Quedándome sola cuidando a mis tres hijos, embarazada de un cuarto hijo, en un departamento en un país que no era el mío, donde lloraba a diario en mi habitación creyendo ser  una carga para él, creyendo una mentira que, hoy sé, tiene un nombre: violencia psicológica.

Pedí, algunas veces, ayuda a otras mujeres cuando él ya había sembrado en mí la duda sobre su paternidad. Creía que tal vez era algo común dudar de la paternidad, poner en tela de juicio la dignidad, la mía, sobre la de una familia “correctamente” constituida. Me sentía muy sola, deseando que todo fuera una pesadilla. Sola con las palabras de su madre cuando me decía: “No permitas que te lastime, está loco, ni le hagas caso, está identificado con mi primer esposo, es el fantasma del divorcio.”

Indefensión, violencia psicológica, violencia económica, amenazas de violencia física. Conocí el significado de mis experiencias cuando comencé a hablar con mi psicóloga. Mientras yo iba narrando lo acontecido, ella tipificaba cada manifestación de violencia que viví en carne propia. No pude evitar que se me salieran las lágrimas; incluso, intenté negar que a mí me hubiera ocurrido todo eso. ¿Cómo a mí?, si supuestamente lo tenía todo, si no podía faltarme nada ni tampoco a mis hijos. Pero, de pronto… me quitó no solamente el departamento, sino también una parte de mi corazón, un hijo,  MI HIJO MAYOR.

¡Ayuda por favor!

Me sentía confundida con mi psicóloga y abogada, porque parecían conocer mejor mi historia que yo misma. En poco tiempo, se me fue aclarando todo y encontré la verdad que por años me había negado. Cuando encuentras esa verdad, crees nuevamente en Dios.

“¿Cómo?, ¿yo víctima de violencia? No, no creo”. Me rehusé en reconocer esa violencia psicológica hasta que fue sofocante. Reconocerme como víctima me parecía un acto vergonzoso: implicaba ser mirada como… una pendeja. Pero éste era el primer paso que debía atravesar: asumir mi realidad.

Este es el truco, es la magia de haber permanecido hipnotizada por completo. Un hombre que se coloca por encima de ti con la seguridad y las formas adecuadas de comportarse socialmente, con su tono de voz condescendiente y su calidad de hombre educado, correcto y aceptado. Su oscuridad permanecía en un rincón invisible para los demás, desde donde podía ejercer distintas formas de violencia bajo un velo sutil.

Llevo 14 años sin ya no saber quién soy. Ni las niñeras tomaban en cuenta mis peticiones sobre los cuidados de los niños mientras ellas eran pagadas por mis suegros, así que  yo dudaba de mi liderazgo. Todo el sistema me hacía dudar de mí, de mi autoridad, mi dignidad, de mí misma como mujer. De hecho las niñeras nos abandonaron a mí y a mis niños sin darnos más noticia. Una de ellas se fue corriendo mientras yo estaba en el supermercado, y aunque le supliqué esperar que regresara, no lo hizo.

El día que me defendí fui culpada y acusada. A una mujer que levanta la voz para  poder defenderse se le señala como agresora.

Grité mientras todavía dudaba de si en realidad tenía derecho a hacerlo, derecho a sentirme agredida, aún intentaba entrar a la fuerza con cuatro abogados y un camión de construcción con trabajadores. Me cuestionaba de si al gritar pidiendo auxilio me creerían que era abuso y violencia. Mi abogada hizo que viera claramente la verdad y pudiera por primera vez gritar pidiendo ayuda, y grité: “¡Es mi agresor, se llevó a mi hijo y no he podido verle!”

Un camino duro, un renacer

Me quedé sin un hijo, tratando de defender a los otros tres, recibí insultos y tuve que contener un intento de entrar por la fuerza a mi casa. Vació las cuentas bancarias, canceló las trajetas,  dejó de pagar la luz, internet y mantenimiento del edificio, hasta los alimentos, mientras me demanda la guarda y custodia de mis cuatro hijos y pide que sea yo quien pague la pensión. Aún así, me cuestionaba YO si era o no víctima de violencia psicológica: el trabajo psicológico de todos esos años de baja autoestima tenía un gran efecto sobre mí. A pesar de las dudas, logré gritar con toda mi fuerza por la ventana.

Ahora mi hijo mayor ve las imágenes y cree que soy agresiva por haberle gritado a su padre y por pedir apoyo a la policía; no sabe que yo estaba exponiendo una agresión, defendiéndome. Mi niño también está siendo sometido a un trabajo psicológico de manipulación y cuando reconocí los mecanismos que su padre ha ocupado con él, una manipulación cada vez más afinada como me lo valida mi psicóloga, pude por fin aceptar y reconocer la violencia psicológica a la que fui sometida yo también por largos 14 años y, poco a poco, voy comprendiendo lo ocurrido para poder reencontrarme.

El texto original fue publicado en el blog de Bendita Madre (link aquí) y compartido a petición de su autora

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